Cats

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

"Cats", un acto escolar superproducido

Desprovista del vínculo entre actores y público de la puesta de Broadway, la película de Hooper es apenas un despliegue de CGI en el que ni los talentos de Judi Dench y Ian McKellen consiguen algo de vuelo.

No, no se trata de la peor película en la historia del cine. Tampoco es el peor musical cinematográfico del siglo XXI, aunque lo intente con ganas. Tom Hooper ya había demostrado que sus ideas no son siempre las mejores en la adaptación de Los miserables (el musical de Broadway, a su vez inspirado en la novela de Víctor Hugo), y aquí –pase lo que pase, caiga quien caiga– insiste en llevar a la pantalla conceptos que fueron pensados para las tablas y el contacto directo entre el público y los actores. Y lo que pasa es que la cosa no funciona, no sirve, no arranca ni llega a lugar alguno. Al menos a un lugar estimulante o agradable, menos aún novedoso. No es el momento ni el lugar para centrarse en ello, pero tal vez el concepto original de Andrew Lloyd Webber –crear un show musical a partir de un puñado de poemas infantiles de T. S. Eliotdedicados a la raza felina– tampoco haya sido una gran idea, a pesar del enorme y continuo éxito de público de la puesta desde su estreno en el West End, en 1981. Y así, proyectada sobre una tela blanca, la historia de Grizabella, Old Deuteronomy, Macavity y demás humanos disfrazados de gatos gigantes vuelve a cobrar vida.

Primer y único comentario contrafáctico, de esos que la crítica de cine debe usualmente evitar, pero que en este caso se hace casi imperioso dejar por escrito: ¿qué hubiese ocurrido si Cats, la película, hubiera sido creada exclusivamente a partir de las artes de la animación? Otro cantar, sin dudas: la libertad de trazos, colores y estilos permite que la imaginación pueda volar sin restricciones. Aquí la forma humana, recubierta de capas de piel y pelos digitales, nunca escapa a la vista como un Frankenstein kitsch que, sin dudas, sobre el escenario debe ofrecer otros gustos, merced al despliegue del costoso vestuario. Aunque se trate de la fantasía más extrema, el realismo inherente al medio cinematográfico no puede sino chocar con esos trajes hechos a medida con las herramientas CGI último modelo. Contraejemplo, uno entre tantos posibles: Piel de asno, de Jacques Demy, donde el artificio es transparente y no se esconde; por el contrario, se evidencia. Pero, ¿es ese el único tropezón de la película de Hooper, que vuelve a narrar la historia de los Jellicle Cats y de cómo sólo uno de ellos logra subir al cielo gatuno y tener una nueva vida en la Tierra?

No, hay muchos más. Y no se trata de un tema de talentos involucrados. Poco pueden hacer Judi Dench o Ian McKellen, los dos talentosísimos veteranos del reparto, con una historia que es poco más que un súper producido acto escolar. Tampoco la bailarina del Royal Ballet londinense Francesca Hayward, cortesía de una serie de coreografías poco atractivas y anti cinematográficas (el resto de la actuación se compone de una serie de primeros planos que intentan mezclar el estupor, el miedo y el deseo). Jennifer Hudson canta no una sino tres veces “Memory”, el gran hit del musical original, cada vez de manera más quebrada, como para aportar algo de intensidad a la historia. En cuanto al diseño de arte y el uso de los colores, pueden resultar atractivos durante los primeros minutos, pero hasta eso termina agotándose rápidamente. El resto: cortes de montaje y movimientos de cámara veloces para insuflar ritmo artificialmente. Y muchas, muchas canciones. De todos modos, el ingrediente que más se echa en falta es la rebeldía, el mal gusto, incluso: Catsno es orgullosamente camp, es apenas mediocre.