Cato

Crítica de Milagros Amondaray - La Nación

Cato es dos películas en una. La ópera prima de Peta Rivero y Hornos abre con una atmósfera similar a la de 8 Mile: calle de las ilusiones de Curtis Hanson. Un joven (el Cato del título, interpretado por el trapero Tiago Uriel Pacheco, más conocido como Tiago PZK) se refugia en la música para salir de un contexto opresivo. En su debut actoral, el freestyler sabe comandar esos momentos de intimidad en los que su personaje se encierra en su habitación a rimar como si el tiempo no corriera. Sin embargo, dichos instantes son efímeros, y la verdadera acción del film comienza cuando una tragedia azota a Cato, lo que deriva en una trama policial que se resiente por los estereotipos (ahí está el policía corrupto interpretado por Alberto Ajaka, escrito con trazo grueso) y por la imposibilidad de unir ese relato con el del ascenso del protagonista en la industria musical.

La incompatibilidad de ambas historias perjudica a lo que es, en varios pasajes, una producción poderosa que lleva la impronta de un realizador que conoce el mundo que está abordando, un hombre que ha dirigido videoclips de referentes del género como Wos y Neo Pistea. El evidente objetivo de Cato es el de mostrar el conurbano con una estética prolija (e incluso romántica, con un gran trabajo de fotografía de Fernando Lockett) que se amalgama muy bien con la sensible interpretación de Tiago, especialmente en esas viñetas de creación artística que merecían un mayor desarrollo.