Cassandra

Crítica de Federico Rubini - Cinematografobia

Sobre las distancias

Hay un hecho insoslayable detrás de cada película que vemos: la necesidad que tenemos de encontrarnos ante algo que no hayamos visto o, como sucede en la mayoría de los casos, encontrarnos ante algo que ya haya sido visto y revisitado en innumerables ocasiones pero enfocado desde otro ángulo, planteado desde otra perspectiva. Algo que nos (con)mueva, que nos lleve a un lugar- ubicado en quién sabe dónde- lejos de donde estamos, aunque sólo sea por un instante. Desde la reflexión hasta la diversión, todas son abstracciones que hacemos casi sin darnos cuenta al entregarnos a una obra de arte. El problema se presenta cuando es imposible realizar este viaje, cuando todo (o gran parte de) lo que vemos (en el caso del cine, en la pantalla) hace que nos aislemos más en nuestras visiones, alejados y ajenos a la obra, casi creando una distancia cada vez más grande a medida que, en el caso de las artes que tienen al tiempo como factor constituyente (como la literatura o el cine, entre otros), avanzan los minutos, y las palabras y los planos (o las hojas y las escenas) se suceden uno tras otro. Tal es el caso de Cassandra, una película que ya desde el comienzo plantea una problemática débil, poco creíble, de envergaduras dramáticas que se diluyen al avanzar el film. Gran parte de lo que vemos nos resulta impostado, y cualquier posible destello que vislumbramos al comienzo se desnutre hacia la mitad de la película, insostenible en su amalgama de géneros y ahogada por un intento de polifonía, de multitud de voces, de la que no sale airosa.

Alan Pauls en uno de los roles secundarios, en un film destinado al olvido.

El film narra la historia de una joven de nombre Cassandra (Agustina Muñoz) que realiza un viaje al Impenetrable chaqueño con el objetivo de entrevistar a sus habitantes, nativos de allí, para un diario en el que trabaja. Así, encara este viaje (con la tutela periodística de su jefe, interpretado por Alan Pauls) al comienzo como una oportunidad para lucir sus habilidades como fotógrafa y reportera. Sin embargo, las sensaciones irán cambiando, las actitudes no serán las mismas y lo que en un principio se daba por entendido ahora es cuestionado, lo que en un entonces era una verdad absoluta ahora es una ficción endeble, una construcción que nos aleja de lo que verdaderamente importa. Viaje físico que es reflejo y causa de un viaje interno de esta protagonista, Cassandra no podrá, literalmente, continuar siendo la misma que era antes.
Lamentablemente eso no sucede con nosotros: la nueva película de Inés de Oliveira Cézar peca de intrascendente, de punto medio, de ni fu ni fa, todo se queda en el camino por un simple factor: nos es imposible seguir a Cassandra en ese viaje. Varias son las razones de esto. En primer lugar, la inexistencia de una empatía con la protagonista. El personaje es chato, unidimensional y carente de humanidad. Imposible que nos importe siquiera un poco lo que le vaya a suceder. En segundo lugar, la multiplicidad de voces se presenta como un recurso pelado de cualquier basamento. Cassandra consta, a grandes rasgos, de tres visiones: la omnisciente, esa voz en off (a cargo del mismísimo Pauls) que narra los hechos en tercera persona, la de Cassandra, que mediante la voz over nos guía en su viaje y nos cuenta su percepción de las cosas y sus sensaciones, y la de su jefe, el personaje de Alan Pauls, quien aporta naturalidad a un personaje que no comprende completamente su existencia en la película. Así, la coexistencia de estas tres voces nunca se consolida, y mientras que una es innecesaria (la voz en off omnisciente) las otras dos no son compatibles: Cassandra aporta muy poco a lo que vemos y Alan Pauls (no recuerdo ni recordaré el nombre de su personaje) aporta demasiado, convirtiéndose en protagonista en la última parte de la película. Así, lo que nos debería interesar, Cassandra y su paradero, no es importante, y menos aún lo es la búsqueda de Pauls, que nunca termina de cerrar demasiado. Por último, la pasividad del territorio chaqueño retratado en el film. Bien podría ser el Chaco o Jujuy, Salta o Formosa, eso no cambiaría nada. En este punto, cuando nos damos cuenta que un conflicto muy particular (la problemática de los wichis autóctonos del lugar es retratada por momentos de manera documental) es casi una excusa para narrar el viaje de Cassandra, es donde nos distanciamos completamente.
El intento de Inés de Oliveira Cézar de realizar una ficción de tinte documental nunca termina de unificarse: así tenemos un marco ficcional muy pobre y poco creíble que sostiene un núcleo documental que suena a excusa, a falso. Un ejemplo muy conciso: al hablar Cassandra con una de las protagonistas de una huelga en Castelli (en su camino al Impenetrable), no llegamos a escuchar nada de la situación en sí: en su lugar, la voz over de Cassandra nos explica lo que le contó esa señora mientras podemos ver a ambas conversar. Recurso interesante, pensará más de uno, para contar y recortar la realidad: todo lo vemos a través de Cassandra, ella nos cuenta lo que le han contado, y así el prisma es más deformante que nunca y la subjetividad es absoluta, y por lo tanto (en el mejor de los casos), la identificación con la protagonista será más accesible. Pero nada de esto es así. A los pocos minutos, todos hablan- esa gran polifonía, y es aquí en donde Cassandra traza la mayor distancia con el espectador: nos hablan numerosas voces pero no podemos escuchar ni una claramente. Casi como un horror vacui, por momentos pareciera que aquello que se rellena con voces es vacío puro, y que detrás de ese vacío yace, por más buenas intenciones que haya en el medio, una notable ausencia de ideas.