Cassandra

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Inés de Oliveira Cézar, al igual que lo hiciera con La extranjera y El recuento de los daños, sigue reprocesando mitos y trasplantándolos a la actualidad. Esta vez lo hace dentro del mundo del periodismo y le imprime a su película una estética que pivotea entre los códigos del documental y la ficción con una cámara que juega permanentemente a dos puntas: construir y capturar. Una nota para una revista se convierte en la excusa perfecta para emprender un viaje hacia lo desconocido y observar la miseria de una comunidad aborigen desde un punto de vista desencantado pero nunca declamatorio; en Cassandra se trata de aprender de la realidad de los otros, no de generar una denuncia de carácter social. En manos de Inés de Oliveira Cézar el cine se convierte en un instrumento de interrogación; la película despliega una serie de preguntas acerca del mundo y del propio lenguaje (la relación entre los planos, el uso de la voz en off, el registro actoral) que la realizadora jamás se atreve a responder. Esa es, en cierta medida, la actitud que implica el enrarecimiento de lo real: aceptar la ambigüedad de las cosas sin tratar de explicarlas, incluso si se trata de un relato con periodistas que investigan. Las actuaciones de Alan Pauls y Agustina Muñoz anuncian en parte de sus trabajos posteriores (sobre todo el personaje que compone Pauls en La vida nueva), y la presencia de personalidades del periodismo y la literatura como Edgardo Cozarinsky o el propio Pauls nunca atenta con la construcción de la historia. La directora exhibe nuevamente una madurez formal que se traduce en una planificación exquisita de la puesta en escena.