Casa vampiro

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Muertos de risa

Decenas de copias después de Blair Witch Project, finalmente llega un film found footage con algo nuevo para contar. En realidad, esta producción neozelandesa responde menos al subgénero “filmación encontrada” que a una parodia de documental al estilo This is Spinal Tap, y allí radica el atractivo. Un equipo de camarógrafos se calza una cadena de ajos y entra a la residencia de cuatro vampiros. El principal anfitrión es Viago (Taika Waititi, también director del film), un vampiro de más de 100 años que sabe desenvolverse ante las cámaras, y este presenta a Deacon (Jonathan Brugh), el más torpe, con más de 300, Vladislav (Jemaine Clement), más de 800 y sediento de sangre como de orgías, y el veterano Petyr (Ben Fransham), el clásico Nosferatu de casi 1.000 años. La troupe sale de noche con ropa de sus víctimas (Viago cuida no mancharlas con sangre), ruega a los dueños de los boliches para que los dejen pasar y eventualmente condonan la vida a un humano para tenerlo de amigo, por si acaso. Haciendo gala de un humor desopilante, Casa Vampiro recuerda a otro film neozelandés, Braindead, de Peter Jackson, donde el ingenio de bajos recursos se demuestra insuperable frente a la cadena de producción made in Hollywood.