Casa propia

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Cansado, reventado, molido, destruido. En una de estas palabras puede resumirse el estado anímico y físico en el que se encuentra Alejandro (Gustavo Almada). No la tiene fácil. Su vida está atada inexorablemente a otros, y sus circunstancias, que no le permiten despegar de una vez y tener vuelo propio. Porque de él depende Marta (Irene Gonnet), una madre que tiene cáncer de pulmón. Ella no le pone mucha voluntad para intentar recuperarse y termina desquiciando a su hijo.

Vale aclarar que el protagonista está cerca de los 40 años, tiene una hermana que está casada y no tiene demasiado interés en atender a su mamá, por lo qué, Alejandro debe hacerse cargo y vivir con ella.

El director Rosendo Ruíz cuenta una historia sencilla pero bien articulada, que transcurre en Córdoba, de cuando llega el momento, en que un hijo se convierte en el padre de sus padres. A esto, le suma los problemas inherentes del país que hacen mella en esa familia. Porque el protagonista es profesor de colegio secundario y la plata no le alcanza para independizarse y a la vez mantener a su madre. También tiene una novia, Verónica (Maura Sajeva), o por lo menos así lo siente, porque el amor no es recíproco, divorciada y con un hijo. Es decir, se esfuerza mucho, da todo lo que puede, pero prácticamente no recibe nada a cambio.

Tampoco tiene un respiro, va de aquí para allá constantemente. Esas escenas tienen el ritmo adecuado para transmitir cada una de las peripecias que tiene que transitar el profesor.

La música utilizada es universal, no está la autóctona, que permita identificar claramente a la provincia de Córdoba. Sólo la tonada de los diálogos. Pero podría pasar en cualquier otro lugar, o país, que no habría diferencias notables y resulta claramente comprensible para los distintos tipos de públicos.

Marta es completamente dependiente de su hijo, que, a esta altura, se podría resumir con un término antiguo: anda como bola sin manija. Pero, aunque suene cruel y moralmente incorrecto, para que Alejandro definitivamente pueda vivir necesita imperiosamente, que su madre no lo haga.

Cansado, reventado, molido, destruido. En una de estas palabras puede resumirse el estado anímico y físico en el que se encuentra Alejandro (Gustavo Almada). No la tiene fácil. Su vida está atada inexorablemente a otros, y sus circunstancias, que no le permiten despegar de una vez y tener vuelo propio. Porque de él depende Marta (Irene Gonnet), una madre que tiene cáncer de pulmón. Ella no le pone mucha voluntad para intentar recuperarse y termina desquiciando a su hijo.

Vale aclarar que el protagonista está cerca de los 40 años, tiene una hermana que está casada y no tiene demasiado interés en atender a su mamá, por lo qué, Alejandro debe hacerse cargo y vivir con ella.

El director Rosendo Ruíz cuenta una historia sencilla pero bien articulada, que transcurre en Córdoba, de cuando llega el momento, en que un hijo se convierte en el padre de sus padres. A esto, le suma los problemas inherentes del país que hacen mella en esa familia. Porque el protagonista es profesor de colegio secundario y la plata no le alcanza para independizarse y a la vez mantener a su madre. También tiene una novia, Verónica (Maura Sajeva), o por lo menos así lo siente, porque el amor no es recíproco, divorciada y con un hijo. Es decir, se esfuerza mucho, da todo lo que puede, pero prácticamente no recibe nada a cambio.

Tampoco tiene un respiro, va de aquí para allá constantemente. Esas escenas tienen el ritmo adecuado para transmitir cada una de las peripecias que tiene que transitar el profesor.

La música utilizada es universal, no está la autóctona, que permita identificar claramente a la provincia de Córdoba. Sólo la tonada de los diálogos. Pero podría pasar en cualquier otro lugar, o país, que no habría diferencias notables y resulta claramente comprensible para los distintos tipos de públicos.

Marta es completamente dependiente de su hijo, que, a esta altura, se podría resumir con un término antiguo: anda como bola sin manija. Pero, aunque suene cruel y moralmente incorrecto, para que Alejandro definitivamente pueda vivir necesita imperiosamente, que su madre no lo haga.

Cansado, reventado, molido, destruido. En una de estas palabras puede resumirse el estado anímico y físico en el que se encuentra Alejandro (Gustavo Almada). No la tiene fácil. Su vida está atada inexorablemente a otros, y sus circunstancias, que no le permiten despegar de una vez y tener vuelo propio. Porque de él depende Marta (Irene Gonnet), una madre que tiene cáncer de pulmón. Ella no le pone mucha voluntad para intentar recuperarse y termina desquiciando a su hijo.

Vale aclarar que el protagonista está cerca de los 40 años, tiene una hermana que está casada y no tiene demasiado interés en atender a su mamá, por lo qué, Alejandro debe hacerse cargo y vivir con ella.

El director Rosendo Ruíz cuenta una historia sencilla pero bien articulada, que transcurre en Córdoba, de cuando llega el momento, en que un hijo se convierte en el padre de sus padres. A esto, le suma los problemas inherentes del país que hacen mella en esa familia. Porque el protagonista es profesor de colegio secundario y la plata no le alcanza para independizarse y a la vez mantener a su madre. También tiene una novia, Verónica (Maura Sajeva), o por lo menos así lo siente, porque el amor no es recíproco, divorciada y con un hijo. Es decir, se esfuerza mucho, da todo lo que puede, pero prácticamente no recibe nada a cambio.

Tampoco tiene un respiro, va de aquí para allá constantemente. Esas escenas tienen el ritmo adecuado para transmitir cada una de las peripecias que tiene que transitar el profesor.

La música utilizada es universal, no está la autóctona, que permita identificar claramente a la provincia de Córdoba. Sólo la tonada de los diálogos. Pero podría pasar en cualquier otro lugar, o país, que no habría diferencias notables y resulta claramente comprensible para los distintos tipos de públicos.

Marta es completamente dependiente de su hijo, que, a esta altura, se podría resumir con un término antiguo: anda como bola sin manija. Pero, aunque suene cruel y moralmente incorrecto, para que Alejandro definitivamente pueda vivir necesita imperiosamente, que su madre no lo haga.

Cansado, reventado, molido, destruido. En una de estas palabras puede resumirse el estado anímico y físico en el que se encuentra Alejandro (Gustavo Almada). No la tiene fácil. Su vida está atada inexorablemente a otros, y sus circunstancias, que no le permiten despegar de una vez y tener vuelo propio. Porque de él depende Marta (Irene Gonnet), una madre que tiene cáncer de pulmón. Ella no le pone mucha voluntad para intentar recuperarse y termina desquiciando a su hijo.

Vale aclarar que el protagonista está cerca de los 40 años, tiene una hermana que está casada y no tiene demasiado interés en atender a su mamá, por lo qué, Alejandro debe hacerse cargo y vivir con ella.

El director Rosendo Ruíz cuenta una historia sencilla pero bien articulada, que transcurre en Córdoba, de cuando llega el momento, en que un hijo se convierte en el padre de sus padres. A esto, le suma los problemas inherentes del país que hacen mella en esa familia. Porque el protagonista es profesor de colegio secundario y la plata no le alcanza para independizarse y a la vez mantener a su madre. También tiene una novia, Verónica (Maura Sajeva), o por lo menos así lo siente, porque el amor no es recíproco, divorciada y con un hijo. Es decir, se esfuerza mucho, da todo lo que puede, pero prácticamente no recibe nada a cambio.

Tampoco tiene un respiro, va de aquí para allá constantemente. Esas escenas tienen el ritmo adecuado para transmitir cada una de las peripecias que tiene que transitar el profesor.

La música utilizada es universal, no está la autóctona, que permita identificar claramente a la provincia de Córdoba. Sólo la tonada de los diálogos. Pero podría pasar en cualquier otro lugar, o país, que no habría diferencias notables y resulta claramente comprensible para los distintos tipos de públicos.

Marta es completamente dependiente de su hijo, que, a esta altura, se podría resumir con un término antiguo: anda como bola sin manija. Pero, aunque suene cruel y moralmente incorrecto, para que Alejandro definitivamente pueda vivir necesita imperiosamente, que su madre no lo haga.