Cartero

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Conseguir el primer trabajo cuando la mayoría lo está perdiendo es extraño, y resulta más contradictorio aún cuando ese trabajo consiste en repartir telegramas de despidos. En esta situación se encuentra Sosa, un pibe de un pueblo del interior bonaerense que, recién llegado a Buenos Aires, entra a un Correo Central en pleno proceso de desmembramiento.

Espejo de la situación socioeconómica actual, Cartero transcurre en esa Argentina de los años ’90 que empezaba a ser demolida por el neoliberalismo menemista. Es una película de iniciación, con ese pibe pajuerano aprendiendo simultáneamente porteñidad, los yeites de un oficio y los sinsabores de la vida adulta. Una inquieta cámara en mano lo sigue en sus repartos por las calles y también en los recovecos del Correo mientras su mentor, Sánchez (el siempre rendidor Germán de Silva), le enseña los códigos postales: “Un cartero no es cheto. Nunca”.

Las marcas de época son constantes pero sutiles: la mención a un tren que ya no pasa por un pueblo (“ramal que para, ramal que cierra”), los retiros voluntarios, los tickets canasta, los contratos basura, en un paisaje de locutorios y manifestaciones de resistencia al ajuste. La alegría, la ingenuidad y la fascinación de Sosa por el mundo que está descubriendo lo mantienen lejano a los escombros sociales que caen a su alrededor.

Donde la opera prima de Emiliano Serra se queda corta es en la potencia de sus resortes dramáticos: a ese marco, tan eficazmente construido, le falta el desarrollo de una historia intensa. Hay insinuaciones que mantienen el interés, pero que no encuentran el cauce narrativo más adecuado. Valen, de todos modos, algunas escenas (como la de Germán Palacios) que son postales de una época y funcionan como microficciones cerradas en sí mismas.