Carrie

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Todo demasiado controlado

La verdad que da para preguntarse cuál era la pertinencia de hacer una remake de Carrie: todo el mundo conoce esta historia, a través del libro de Stephen King o su adaptación cinematográfica, sobre una adolescente torturada por todo su entorno, su descubrimiento de sus poderes telequinéticos y su espeluznante (y catárquico) estallido final, donde se carga con gran presteza a todos los que abusaron de ella. Además, el film original es reconocido de forma prácticamente unánime y el terror que empleaba, tanto narrativa como estéticamente, parece ir a contramano de lo que se ve ahora. El miedo que construía el film de Brian De Palma iba a dos puntas, siendo sutil y a la vez brutal, funcionando por una asociación indirecta: lo que causaba temor en el espectador era el hecho de terminar sintiendo una fuerte empatía con los deseos y actos de venganza de la protagonista. Casi todo el relato estaba cimentado en la perspectiva de una joven oprimida que iba convirtiéndose en un terrible monstruo gracias a un contexto horroroso, obligando al público a tomar consciencia de que en determinadas situaciones, ciertas reacciones individuales son inevitables, y que la sociedad no puede manifestar sorpresa frente a lo ocurrido.
Frente a esto, una posibilidad de actualizar la historia pasaba por pensar qué cambios ocurrieron en las últimas tres décadas en lo que respecta a las relaciones materno-filiales, los vínculos entre compañeros en los colegios y la influencia del pensamiento religioso. No viene mal recordar que luego del tiroteo de Columbine (y todos los hechos similares que se vienen sucediendo no sólo en tierra estadounidense, sino además en otras partes del mundo) ya nada es lo mismo: el libro y la película en los setenta se habían instaurado como elementos anticipatorios, pero ahora la violencia escolar, sus mecanismos, sus difusos motivos ya forman parte obligada de la agenda educativa y familiar, porque lo metafórico se transformó en real. Del mismo modo, las innovaciones tecnológicas y los nuevos dispositivos tecnológicos ampliaron las posibilidades de la humillación, empujaron los límites, abrieron niveles y canales de reproducción que en los setenta eran impensables. Y en lo que se refiere al discurso de la fe, este ha sabido aprovecharse de las variaciones en el lenguaje, aggiornándose y por ende interpelando con mayor habilidad al creyente, sin resignar visiones oscurantistas: por algo una saga como Crepúsculo es tan conservadora como popular entre el público más joven.
Pero lo cierto es que esta nueva versión dirigida por Kimberly Pierce (realizadora de una película con bastante sensibilidad como Los muchachos no lloran) y escrita por Roberto Aguirre-Sacasa profundiza de manera muy escasa y superficial en las diferencias temporales: apenas si tenemos la cuestión de los celulares como método para difundir el primer (y único en realidad) acto de humillación sobre Carrie, quien tiene a la misma madre que en la original, sólo que con el rostro de Julianne Moore. Pero la principal falencia del film es otra, y tiene que ver con su tono y energía: no tiene ni la décima parte del arrojo y locura que tenía la película de De Palma, que era un prodigio de puesta en escena y juego con el punto de vista. En la remake todo sucede mecánicamente, sin garra, confiando demasiado en los desempeños de Chloe Moretz (que lucha contra una esquemática construcción de su personaje, que impide toda empatía posible con los avatares que enfrenta) y Moore, ambas rodeadas por un reparto de secundarios sin peso propio (comparar sino las respectivas presencias de las villanas que encarnan Nancy Allen en 1976 y Portia Doubleday en el 2013).
Igual, donde se nota una diferencia abismal es en el clímax del final: mientras la Carrie de De Palma era inolvidable en sus excesos, haciendo volar (casi literalmente) todo por los aires, la de Pierce es tímida, depende casi totalmente de los efectos especiales y termina decepcionando. Ponerse en purista para defender a lo que antes se hizo puede ser muchas veces reaccionario, pero en este caso es pertinente: la Carrie del 2013 no tiene razón de ser.