Carrie

Crítica de Lucas Rodriguez - Cinescondite

Comparar la Carrie de Kimberly Peirce con la magnífica versión de 1976 de Brian De Palma es injusto, pero en cierto grado es imposible no ponerlas una al lado de la otra e ir pellizcando a la nueva versión por intentar superar lo insuperable. Se siente mezquino igualarla, pero no se puede no entrar en el juego y dejarse llevar. Es obvio que acusa su objetivo primordial de introducir a los desconocidos -los más jóvenes- a un personaje insoslayable en la bibliografía del autor Stephen King, pero allí donde fracasa estrepitosamente, hay lugares luminosos en donde se nota que no todo está perdido.

La nueva versión -no la llamamos reimaginación porque de detalles reimaginados, poco y nada- con guión del escritor de teatro Roberto Aguirre-Sacasa y un pulido hecho por el autor de la original de 1976, Lawrence D. Cohen, intenta acercar el icónico personaje de Carrie White a la platea joven, que desconoce la historia de la "nerd" más imponente de la literatura y el cine juntos. ¿Quién no quiso alguna vez los poderes y la oportunidad de vengarse de sus compañeros de curso? Hasta la fecha, la iteración telekinética más fiel al libro se encuentra en el film para televisión escrito por Bryan Fuller y aún a esa producción le falta sustancia, la historia de King nunca se completa en forma fehaciente. Carrie se queda a media legua, entre película con novedades para contar, detalles interesantes y revisitados, una moraleja con profundidad y divertimento puro cuando la hora de la verdad llega en la fatídica noche de graduación.

En la actualidad en la que vivimos, en donde el efecto del bullying estudiantil se ha cobrado mas vidas adolescentes que la misma Carrie, uno podría pensar que el guión podría profundizar y reflejar la vida estudiantil corriente y generar una consciencia colectiva. Lejos está el libreto de lograr eso y en las oportunidades que tiene de alcanzarlo, simplemente se apega al material fuente, sin matices nuevos, pero si con escenas más shockeantes para sacudir a las nuevas generaciones.

Aunque se sienta como un encargo por parte de las grandes casas productoras, el trabajo de Peirce no se percibe disminuido, pero tampoco agrandado. Lejos está de ser una de sus mejores labores, pero su manera de encargarse de una tarea a priori imposible -dar una nueva faceta de una historia que ya tiene en su haber un film clásico y de culto- la hace merecedora de un opus fílmico nada desdeñable, aunque completamente innecesario. Su actualización cuenta con un elenco muy solvente y la realizadora saca lo mejor de sus protagonistas. La actitud en clave Patito Feo de Chloë Grace Moretz funciona y destaca mucho en sus escenas de interacción con la madre terriblemente religiosa y obstinada de Julianne Moore. Humillada por sus compañeros y hasta por un profesor durante su estadía en secundaria, el descubrimiento de Carrie de sus poderes ocurre tempranamente y con mayor fanfarria, con mayores repercusiones y un desenlace en la comentada Noche de Graduación, donde la directora se maneja entre un mar de efectos digitalizados para recrear un momento clave en la historia. Lastima bastante el hecho de que haya tanto efecto CGI, pero es escalofriante lo que Chloë puede lograr, con esa cara tan particular y sus movimientos de manos, cual directora de orquesta macabra.

Como secundarios, las caras bonitas y los esbeltos cuerpos abundan. La lacónica Sue Snell de Gabriella Wilde peca de una escasez argumental importante, la profesora Desjardin de Judy Greer se encuentra muy correcta y fresca, y la villana Chris de Portia Doubleday genera una atracción malsana cada vez que aparece en pantalla. En conjunto, Peirce sacó a lucir al equipo femenino y la contraparte masculina se queda corta -Alex Russell genera candidez con su Tommy Ross y Ansel Elgort no tiene la pasta suficiente para Billy Nolan-.

El veredicto final de Carrie será el tiempo: ¿Quién recordará esta versión? ¿Será relevante de aquí a unos años? Kimberly Peirce puede estar tranquila, porque dio lo mejor de si con una historia muy conocida, simplista en su génesis que, con franqueza, no pedía a gritos otra vuelta más. Mientras que resulta respetable el resultado, difícilmente sorprenda.