Carrie

Crítica de Laura Dal Poggetto - Función Agotada

Cuando la sangre es menos espesa que el agua

Empecemos con lo obvio: una remake de Carrie, el film de 1976 dirigido por Brian De Palma y basado en la novela homónima de Stephen King, es completamente innecesaria. Pero ¿desde cuándo la industria cinematográfica se maneja con ese parámetro? Incluso si el historial de remakes de películas del género sea un derrotero de atrocidades hacia los originales (y no de la clase que el público afín esperaba ver), desde La Masacre de Texas, pasando por La Profecía, Pesadilla en Elm Street y hasta la copia telegrafiada que Gus Van Sant hizo de Psicosis. Las excepciones vinieron por el lado de nuevas versiones de films de culto que no fueron grandes hits como los antes mencionados: Enigma de Otro Mundo, Las Montañas Tienen Ojos o El Amanecer de los Muertos. La Carrie generación 2013 recae en el primer grupo.

Carrie_EntradaLa novedad venía por el lado de su directora, Kimberly Peirce, quien hace ya quince años giró cabezas con su debut Los Muchachos no Lloran, basado en la historia real del transexual Brandon Teena y se plantaba como un sensible y a la vez complejo cruce de tópicos en ese momento mucho menos instalados: las construcciones de género, la marginación hacia lo queer y la consecuente violencia de buena parte de la sociedad para con un grupo minoritario. En una historia dominada por personajes femeninos y desprecio hacia lo diferente como lo es Carrie, la mirada de una directora mujer y queer es potencialmente más que bienvenida (aunque quien se encargó de reescribir el guión fue Roberto Aguirre Sacasa).

Pero la remake de Carrie es tan narrativamente arbitraria como por momentos lo era la versión De Palma (y suelen serlo los films del género horror). Aunque sabe establecer las dinámicas casi darwinistas sociales de cualquier secundario -chicas malas, lindas y ricas que acosan a hija de madre soltera hiperreligiosa, retrotraída y con una educación informal tan básica que ni sabe qué es la menstruación, chicos y chicas populares de buen corazón aunque a veces se equivoquen- va muy poco más allá de esa premisa superficial mientras arma el escenario para la gran tragedia final.

La interpretación de Aguirre Sacasa y Peirce repasa los tres actos de la historia con el simplismo de la acción-reacción, marcando con un “visto” la lista de sucesos planteados por la novela de King en vez de la preparar la olla a presión que se cocinaba macabra e inexorablemente en el film del ’76.

¿Está la escena de las duchas donde las chicas le arrojan tampones a Carrie? Listo ¿El reclamo de Carrie a su madre y las diatribas religiosas de ésta? Listo ¿Armario? Listo ¿Sexualidad adolescente? Listo ¿Conversaciones con la profesora que se compadece? Listo. Ahora pasemos a la masacre.

Mientras De Palma construía la opresión (digna del gótico) que sufría Carrie en sus relaciones -con sus compañeros, con las autoridades escolares y principalmente con su madre- mediante recursos como el contraste entre la fotografía diáfana y difusa -casi onírica- de las escenas exteriores y la dureza de las penumbras dentro de la derrumbada casa materna, Peirce plantea un escenario de novela adolescente donde la protagonista excluida se redescubre a sí misma a través de sus poderes telequinéticos, un Beverly Hills 90210 atravesado por Scream (pero sin la autoconciencia de género). Hasta Chris (Portia Doubleday), la gran antagonista, adquiere un tono villanesco de culebrón, mientras se la despoja de la responsabilidad (y el poder) de concebir el plan para humillar a Carrie en la graduación (mérito que va para su novio, un “chico malo” genérico). Otro ejemplo es cómo el hogar de Margaret y Carrie White ahora es una prolija casita pintada de inmaculado celeste.

En cuanto a la mirada femenina que podría aportar Peirce, hay indicios en el empoderamiento de Carrie -signo de la época- con sus nuevas habilidades y el goce de usarlas una vez que las domina, incluso antes del clímax, en contraposición a las explosiones telequinéticas como mera exteriorización del conflicto interno de la Carrie de De Palma. Sin embargo, en este pasaje de víctima a victimaria no ayudan las muecas constantes de Chloe Moretz que están muy por debajo de la que fue la actuación revelación de Sissy Spacek. Su interpretación que no varía de los modos adolescente temerosa/adolescente furiosa queda más en descubierto en contraposición con el trabajo que Julianne Moore realiza como su madre. Si bien esta versión de la delirante mística Margaret White pasa más por una alienada que se reserva la furia para con su cuerpo y el de su hija que por la verborragia evangelizadora de Piper Laurie en la versión original, la actriz logra por su propio mérito construir los momentos más interesantes del film. Incluso salva la escena inicial de la película, que abre con el nacimiento de Carrie y no es más que una canchereada (un “mirá lo que podemos mostrarte”) por parte del equipo de realización.

Por otro lado, de poco sirven los innumerables avances técnicos cinematográficos de los últimos casi cuarenta años en esta nueva puesta en escena: se extraña muchísimo en las escenas de la fiesta de graduación al plano secuencia de develamiento del plan de la villana y la pantalla partida de la masacre final, por más que haya alguna que otra muerte creativa.

Con el concepto de bullying instalado fuertemente en la agenda de medios estadounidenses hace un par de décadas y la psiquis de los adolescentes como interminable fuente del terror, a los productores les debe haber parecido brillante hacer una remake de la novela de King (quien también puso en duda públicamente su necesidad), pero deberían haber recordado que hay cosas a las cuales conviene dejar que descansen en paz para siempre, como a Carrie en su tumba.