Carol

Crítica de Luciano Monteagudo - Página 12

Cuando el amor tiene dos caras de mujer

La particular sensibilidad del director de Lejos del paraíso hacia el melodrama alcanza su cumbre con esta extraordinaria adaptación de una de las primeras novelas de Patricia Highsmith, sobre el amor prohibido entre dos mujeres en la Nueva York de los años 50.

“La inspiración para este libro me surgió a finales de 1948, cuando vivía en Nueva York. Había acabado de escribir Extraños en un tren, pero no se publicaría hasta fines de 1949. Se acercaban las Navidades y yo estaba un tanto deprimida y bastante escasa de dinero, así que para ganar algo acepté un trabajo de dependienta en unos grandes almacenes de Manhattan, durante lo que se conoce como las aglomeraciones de Navidad, que duran más o menos un mes. Creo que aguanté dos semanas y media.” Este recuerdo pertenece a Patricia Highsmith y a la génesis de su segunda novela, The Price of Salt, publicada en 1951 con seudónimo, y mucho después vuelta a publicar como Carol, ya bajo su propio nombre, cuando había pasado el riesgo de estigmatización por lesbianismo. Y Carol se titula también la extraordinaria adaptación del director estadounidense Todd Haynes, que ya fue recompensada en el último Festival de Cannes y que el próximo 28 de febrero compite por seis premios Oscar, entre ellos a sus dos estupendas actrices, Cate Blanchett y Rooney Mara.Director tan valioso como poco reconocido en Argentina, donde a su obra se la asocia sobre todo con la cultura rock –en primer lugar por su originalísima aproximación biográfica a Bob Dylan en I’m Not There (2008), y también, una década antes, por Velvet Goldmine, su revisión crítica de los años dorados del glam rock– Haynes es un cineasta con una particular sensibilidad hacia el mejor melodrama. Lo probó con creces en esa obra maestra olvidada que fue Lejos del paraíso (2002), donde volvía sobre el universo de Douglas Sirk, pero introduciendo elementos tabú en los mélos de Hollywood de los años 50, como el racismo y la homosexualidad. Lo confirmó luego con su celebrada miniserie Mildred Pierce (2011), adaptación de la novela de James M. Cain que en su momento ya había protagonizado Joan Crawford. Y ahora lo ratifica una vez más con una pieza de una rara elegancia y delicadeza como es Carol, la historia de un amor prohibido entre dos mujeres en la Nueva York de comienzos de los años 50.A diferencia de Far from Heaven, donde Haynes –y su gran fotógrafo de siempre, Ed Lachman– recreaba la estética extrema y de colores rabiosos de los melodramas de la Universal producidos por Ross Hunter, aquí el director es muy fiel al espíritu más bien frío y clínico de la literatura de Highsmith, lo que no le impide llegar paulatinamente a un final conmovedor. Rooney Mara –Red social, La chica del dragón tatuado, Her– es Therese, aquella joven empleada de unos grandes almacenes que fue Highsmith y que dio pie a su novela. Y Cate Blanchett (que para Haynes fue uno de los seis Dylan de I’m Not There) es Carol, la gran dama de Manhattan que con su sola, aristocrática, etérea presencia provoca el inmediato enamoramiento de Therese.No son tiempos fáciles para ninguna de las dos. Carol está atravesando un conflictivo divorcio, que le cuesta la tenencia de su hija, y Therese está desconcertada, todavía no sabe qué pensar de su vida ni de su sexualidad. “Ni siquiera sé lo que quiero para el almuerzo”, reconoce. Lo único que entiende es que no puede apartarse de Carol, quien en un acto de coraje –estamos hablando de 1953– le propone dejar todo atrás y hacer un viaje juntas, subirse a su imponente Packard y partir sin rumbo fijo hacia el Oeste, aunque más no sea para respirar la libertad de la ruta y de su mutua compañía en soledad.Serena, pausada, sin estridencias, esencialmente clásica en su puesta en escena, Carol es esa clase de películas que perdurarán por su madurez narrativa y por la calidad de su adaptación, tan fiel al espíritu original de la novela como libre cuando tiene la necesidad de apartarse de ella. A diferencia de la organización lineal y cronológica del libro, por ejemplo, la versión cinematográfica adopta una estructura un poco más compleja, que comienza con un gran flashback capaz de teñir aun más la historia con esa mezcla de melancolía y angustia tan particular de la literatura de Highsmith.Hay aquí algo de “ese dulce mal” (This Sweet Sickness es el título de otra de las grandes novelas de la autora) que lleva a Therese a no ver con claridad ninguna otra cosa del mundo que no sea Carol. En este sentido, el trabajo de fotografía de Ed Lachman es ejemplar: el rodaje en Super 16mm aporta la textura de la época, con cierto aire noir que refuerza el carácter casi criminal de esa relación, mientras que la multiplicidad de cristales y reflejos que se interponen ante la cámara (salvo cuando Carol y Therese están frente a frente) ponen la realidad exterior en sordina. De esta manera, se refuerza el punto de vista de Therese, esa narración en tercera persona pero contaminada de subjetividad que es característica de la obra de Highsmith en general y de Carol en particular.Por detrás de ambas mujeres, que parecen irradiar su propia luz, se mueve un opaco, resentido mundo de hombres. Si el novio de Therese no entiende, en su necia ingenuidad, por qué ella toma cada vez más distancia de él, Harge (gran trabajo de Kyle Chandler), el marido de Carol, está dispuesto a todo con tal de apartar a su esposa de lo que él y su aristocrática familia entienden es una “desviación”. “Si no puede tenerme a mí, yo no podré ver más a Rindy”, se desayuna Carol cuando los abogados van por la custodia de su hija. Los hombres sienten su virilidad amenazada y se muestran tan vengativos como impotentes: no parece casual que Harge deje la conducción de su auto a un chofer, mientras Carol se empeña en ponerse al volante.Por encima de las virtudes de fotografía, reconstrucción de época y uso dramático del sonido (que refuerza el encierro de Carol y Therese en su propio mundo), el casting es de primer nivel, empezando por sus dos grandes actrices. Rooney Mara aporta esa mezcla de perplejidad y determinación que es propia del personaje de Therese, mientras que Cate Blanchett parece haber nacido para encarnar a Carol, tal como la describe Highsmith en la primera aparición en la novela: “Era alta y rubia, y su esbelta y grácil figura iba envuelta en un amplio abrigo de piel que mantenía abierto con una mano puesta en la cintura. Tenía los ojos grises, incoloros pero dominantes como la luz o el fuego. Atrapada por aquellos ojos, Therese no podía apartar la mirada...”Entre la infinidad de detalles que hacen a la construcción de la película hay uno muy revelador de la sutileza con que plantea su puesta en escena Todd Haynes. En el primer encuentro a solas de ambas en casa de Carol, Therese empieza a juguetear distraídamente con el piano y va desgranando, como un mensaje cifrado, las notas del clásico “Easy Living”, que para esa época cantaba Billie Holiday. Y parecen resonar en la cabeza de todos –personajes y espectadores– sus primeras estrofas: “Living for you is easy living / It’s easy to live when you’re in love / And I’m so in love / There is nothing in life but you”.