Carol

Crítica de Juliana Rodriguez - La Voz del Interior

Dos que se aman
Carol cuenta una historia de amor entre dos mujeres en una época de prohibiciones y persecución.
El cine incursionó casi exclusivamente en la obra de suspenso de la escritora Patricia Highsmith: desde la adaptación de Hitchcock de Extraños en un tren hasta las varias versiones de El talentoso sr. Ripley. Ahora, el director Todd Haynes (I’m not there, Velvet Goldmine) eligió llevar a la pantalla grande Carol, novela que Highsmith publicó en 1951 con seudónimo.

La historia cuenta la relación amorosa entre dos mujeres, en una Nueva York de la década de 1950 en la que la homosexualidad no sólo era condenada desde la moral, sino desde la ciencia. Recién en 1989 Highsmith reeditó el libro con su verdadero nombre. Esos casi 40 años que tuvieron que pasar bastan para dimensionar cuán estrictos eran los límites a la vida privada que imponía la sociedad de entonces.

Ese entorno de moralidad castradora aplicada con tácita represión es uno de los grandes aciertos de Carol. La época no se reconstruye sólo con autos antiguos y la moda de entonces (aunque ambos detalles son extraordinarios aquí), sino que todas las escenas están cubiertas por un delicado velo temporal: los gestos y maneras de hablar de los personajes, la manera en la que fuman, la paleta de colores del ambiente y su iluminación.

Therese Belivet (Rooney Mara, de La chica del dragón tatuado) es una joven que aspira a ser fotógrafa y trabaja en una gran tienda de Nueva York. Allí, una tarde de Navidad, atiende a una clienta que busca un juguete, Carol (Cate Blanchett), una sofisticada mujer, de mayor edad y clase acomodada, por la que siente una atracción inmediata.

Therese tiene un novio al que le presta poca atención y con quien cumple con ciertos mandatos; Carol está divorciada y tiene una hija pequeña. La relación entre ambas crece en la narración lentamente, sin estridencias, y Haynes elige retratar la intimidad con sus planos más que en los diálogos.

Vale decir que la elegancia clásica del director (que se detiene en cómo una mano se posa en la otra, en el roce y textura de los vestidos o en las miradas de los personajes) puede resultar atractiva y delicada para algunos espectadores, pero, atención, también puede ser vaporosa y lenta para otros.

Carol es una película de miradas y su poder de expresión está en los cuerpos, que exige atender a esas gestualidades para acompañar a las protagonistas en su experiencia romántica. No hay golpes bajos, ni efectismo y la potencia de las palabras es epistolar.

Cate Blanchett y Rooney Mara le entregan su piel a la historia. Las dos están nominadas a los próximos premios Oscar por sus interpretaciones y ambas logran retratos acertados de dos mujeres de distintas generaciones y posición social a las que la sociedad atraviesa de manera diferente. Carol se conoce a sí misma, y su lucha es por defender la fuerza de su deseo ante las normas que impone la maternidad y el rol de ama de casa mantenida. Therese está descubriendo su sexualidad al mismo tiempo que su vocación, lo suyo es un viaje iniciático.

Los pocos personajes secundarios que rodean esa intimidad cumplen roles quizás esquemáticos. Las mujeres, como la mejor amiga de Carol, crean una red de contención en las charlas confidentes, único espacio de libertad. El universo masculino, en cambio (exmarido, novio, psiquiatra) está ahí para marcar las reglas de lo permitido, “lo normal”.

Sin embargo, estos satélites no hacen de la película un panfleto ni una historia trágica, porque Haynes se concentra en trazar las bellezas y complicaciones del amor. El ambiente hostil disfrazado con colores navideños de ese invierno de 1950 encierra a estas mujeres, pero el director logra que cada vez que ambas están juntas, incluso en un restaurante, parezca que estén solas, envueltas en un halo de melodramático y melancólico.