Carancho

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

Sobrevivir en un mundo hostil.

El último film de Pablo Trapero es el retrato de un universo decadente, corrupto y sucio, que logra conjurar cierto encanto visceral y único. Sus protagonistas no quieren escapar de esta realidad, sino sobrevivir. Son parte del medio que los rodea. Es un ecosistema del cual forman parte. Él, aprovechando los accidentes, las imprudencias ajenas, y ella, a su modo, también, pueden vivir.
La introducción de Carancho está totalmente estilizada: el golpe de efecto esta vez es más sutil pero igual de funcional: con cortes abruptos, en blanco y negro, y con el tango Misiones de fondo, nos revela un choque automovilístico. A partir de todos esos escombros, llenos de sangre, una historia nacerá. En esta única secuencia se usa música y una fotografía en blanco y negro. El resto del relato trata de estar siempre sucio, recorriendo las mismas calles y entrando a los mismos edificios a los que concurren sus protagonistas. No se regodea del panorama, pero lo transforma en un antro impoluto que puede recordarnos un poco a las películas de Scorsese como Taxi driver.
Por estas malas calles, siempre a horarios diurnos, se movilizan Luján y Sosa. En un montaje espejo vemos la profesión de ambos. Ella es una joven enfermera que trata de salvar la vida de sus pacientes. Él, revolotea hasta el lugar del siniestro y ofrece sus servicios de abogado. En un mundo que parece descender, la prudencia para manejar no es una de las principales prioridades. Allí hay un negocio (ilegal, claro) que mueve bastante dinero. Sosa conoce los gajes de este oficio. Ricardo Darín encarna este personaje con cada una de sus pequeñas arrugas. Su nariz ganchuda se parece al pico del carancho, un ave carroñera grande e intimidante. Afeitar la cabeza del hombre que trabaja en los mayores éxitos comerciales del cine argentino es una decisión más que acertada.
La joven Luján es interpretada por la maravillosa actriz Martina Gusmán. Ella cargó con el peso de Leonera, el largomtraje anterior de Trapero, y ella sola valía la recomendación. Combina inocencia y madurez. No es una chica frágil, aunque tampoco es un témpano. Es la clase de persona en la que uno podría confiar alguna misión importante y podría despreocuparse. La relación que entablece con Sosa, a base de miradas y breves encuentros sexuales forjarán más que un simple amorío. Él está dispuestos a convertirse en un héroe dantesco por su amada.
La cámara de Trapero es virtuosa. Capta la escencia de cada secuencia. Hay un plano secuencia que no se anuncia con bombos y platillos, pasa casi desapercibido, y no se siente caprichoso con el resto del relato. Los planos tienen una duración larga. Los movimientos de cámara son sutiles, lentos, suaves. Cuando la acción empieza, tampoco caen en la tentación de volverse rápidos y cortos. Las imagenes que hay en pantalla son lo suficientemente duras como para convertirlas en un show circense. Este es un policial negro que no depende de ruidos altisonantes ni montajes frenéticos para atraparnos. El detalle que esconden los planos scope permiten distinguir rasguños, personajes y deterioros en los edificios (el impresionante hospital público, por ejemplo).
Para representar la realidad, hay que crear un universo paralelo. La película anterior de Pablo Trapero (El bonaerense) no lograba eso y caía en en algunos errores del cine "extranjero" for export (pienso en ese tan prometedor director que era Iñárritu). Esta vez, no: sólo basta ver a Luján y Sosa dialogando frente a un destrozado cuerpo en un frío asfalto, rodeados por la cálida y amarilla luz de la ciudad, para lograr una conexión profunda y dura. Es decir, entrar al universo que propone esta historia, y que a su vez, no es ninguna fantasía lejana.