Carancho

Crítica de Juan Pablo Russo - EscribiendoCine

Autitos chocadores o de cómo filmar la corrupción Argentina

Pablo Trapero (Nacido y criado, 2006) vuelve al cine con esa forma personal y única que tiene para retratar historias y personajes tan frecuentes como inescrupulosos. Tal vez sea el único director capaz de convertir lo simple y trivial en una historia asombrosa, donde su mayor virtud sea la de mostrar la realidad desde la cotidianidad de sus personajes. Carancho (2010) así lo demuestra.

Sosa (Ricardo Darín) es un abogado que ha perdido su matrícula y que vive gracias a su participación dentro de una asociación ilícita que regentea personas que provocan accidentes automovilísticos para así estafar a las aseguradoras. Luján (Martina Gusmán) es médica de un hospital ubicado en algún lugar del Gran Buenos Aires. Sosa y Luján cruzarán sus destinos, vivirán una lujuriosa historia de amor mientras involucrados en un mafioso caso policial intentaran huir del destino (escrito con sangre).

Si uno debe buscar a cuál de las obras de Pablo Trapero más se asemeja Carancho, sin duda la elegida sería El bonaerense (2002) y esta elección no es azarosa sino que se desprende de una serie de elementos que unirán ambas películas en un díptico análogo, pero del que cada una tomará identidad propia.

En ambas películas está presente lo corrupto, mientras que en El bonaerense “El Zapa”ingresaba a la policía y desde ahí se mostraba como la misma actuaba formando parte de un aparato putrefacto, en Carancho es Sosa quien va a demostrar la peor faceta de la abogacía y como hacer de la ilegalidad algo corriente.

Los elementos de unión entre ambas obras irían desde las locaciones naturales (una y otra se desarrollan en una zona suburbana del gran Buenos Aires) hasta la tensión permanente en la que viven los protagonistas durante todo el proceso en el que transcurre la historia, y de cómo dicha tensión traspasa la pantalla. Mientras que en El bonaerense el personaje de Jorge Román debía luchar contra sus superiores, en Carancho Sosa deberá hacer lo mismo. En ambas películas ganan los que tienen el poder y la historia de amor es conducida por la mujer. Son las mujeres las que manejarán a los hombres como marionetas y ellos harán todo por y para ellas.

Otro de los puntos en los que se asemejan son las escenas de sexo, Trapero es uno de los directores argentinos que mejor filma a dos personas en pleno acto sexual. Su forma de colocar la cámara en lugares que nunca entenderemos, de crear el clima adecuado aún sin la música ampulosa y de cargar la trama de erotismo, incluso donde no lo hay, lo hacen insuperable y particular. Las mismas escenas filmadas por otro hubieran sido chabacanas o tal vez carentes de sensualidad.

Que Ricardo Darín es un gran actor y que en esta película pone el cuerpo y el alma no cabe la menor duda y que Martina Gusmán logra un personaje memorable que se contrapone a su anterior trabajo en Leonera (2008) colocándola en un lugar privilegiado dentro del cine argentino, tampoco. Aún ante la carencia de grandes parlamentos, solo desde la postura, la forma de mirar y los tics característicos de una médica del conurbano, hacen que Gusmán cree uno de los personajes más apáticos y queribles que haya dado el cine en mucho tiempo. Completan el elenco un grupo de actores, en su mayoría desconocidos, que aportan la credibilidad justa y necesaria, sin redundancias ni sobreactuaciones.

Carancho no es la mejor película de Trapero pero tiene toda una serie de elementos que la convierten en una gran película. Si es cierto que a algunos directores uno les exige más que a otros y éste es uno de esos casos. Más allá de esa deformación profesional que tenemos los críticos, Carancho tiene lo que el cine tiene que tener: una historia atrapante, mucho suspenso, un gran director y dos actores que se comen la pantalla. El cine que la gente quiere ver.