Carajita

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

JAQUE VISCERAL

Ya sea a plena luz del día o en medio de la oscuridad más cerrada, dos mujeres se arrodillan sobre sí mismas bañadas en el mar con la respiración contenida. Si bien una aguanta el aire bajo el agua y la otra lo hace presionada por un dolor insoportable, comparten el mismo código: el amor puro. Un afecto construido a lo largo de los años anclado en la completa consciencia de la otra, de su cuerpo, de sus pensamientos, de sus sensaciones en un nivel casi onírico y que desdibuja las diferencias sociales que el resto subraya a cada instante. Incluso en dos momentos y situaciones tan disímiles, parecen fetos dentro del útero, protegidos y entrelazados por el contacto directo con ese líquido y por el mecanismo creado de forma orgánica que las convierte en madre e hija y, a veces, en una misma persona. El nexo es tan profundo que Sara es la única que la llama ‘Yari’, como si con ese apodo le otorgara una identidad distinta a la niñera, perteneciente sólo al mundo que ambas comparten; mientras que su familia la reconoce como ‘Santa’. Pero un accidente devenido en tragedia empieza a resquebrajar todo. ¿Qué sucede cuando lo que parece especial se torna ordinario o sombrío? ¿Cómo lidiar con la culpa o con un corazón hecho añicos? ¿Hasta qué punto se puede luchar contra los orígenes y la división de clases?

La argentina Silvina Schnicer y el catalán Ulises Porra proponen un doble registro del tono y la puesta en escena. El primer tramo de la película explora el lazo sincero entre Sara y Yarisa mediante flahbacks, el día a día en la opulenta casa y la voz en off de la joven. Las miradas cómplices, los mensajes por celular, las alusiones al agua, la importancia de la naturaleza y esa comunicación tan especial que hasta le genera envidia a Mallory, hija biológica de la mujer. Los planos son grandes y ellas suelen quedar como apartadas entre la gente. Mientras que en la parte posconflicto ya no queda lugar para el ensueño, todo es realidad cruda y silencio. Los gestos cómplices y las risas quedan bajo llave en cada cuarto porque ellas necesitan volcarse en sus propios mundos terribles. Los espacios son cada vez más asfixiantes, lo omitido aprisiona a todos los personajes y la pertenencia a distintas clases acapara el centro del relato enfrentándolos desde las esencias más arraigadas. Hasta el agua se aleja de la idea transformadora para convertirse en un modo de condena.

Hacia el final, Carajita intenta recuperar parte del tono anterior a través de la resignificación de algunos elementos o simbologías aunque ya nada será lo mismo. Algunas batallas se pierden porque los contrincantes son demasiado astutos u orgullosos como para permitirse flaquear, otras porque el oponente resulta tan despiadado que es imposible provocarle algo más que rasguños y también porque hasta el amor más sincero puede estar en peligro de extinción.