Capitana Marvel

Crítica de Diego De Angelis - La Izquierda Diario

Capitana Marvel y la corrección política

Las consecuencias profundas del conflicto político que ha desatado hace ya algún un tiempo el movimiento de mujeres están todavía por verse. La magnitud de sus efectos –la dimensión real de la transformación que han inaugurado a fuerza de movilización– pertenece al orden del misterio. Acaso sea esa una de las características que defina, entre otras, su radical fortaleza. Esto es: la incertidumbre que provoca su convocatoria y cada una de sus conquistas cotidianas. La transgresión definitiva de verdades a priori incuestionables. Lo que sí es posible registrar de inmediato es la notable influencia que el conjunto de reivindicaciones feministas ha conquistado en el mundo entero –no solo en el territorio social y político, sino también en el artístico–. Fundamentalmente una de ellas, acaso la más urgente: la ocupación de espacios históricamente vedados. Influencia que asimismo arrastra, indefectiblemente, un problema que amenaza con debilitar su potencia crítica: la corrección política.

El ruidoso estreno de la nueva película de Marvel Studios –junto con su gigantesca campaña de promoción internacional– permite, en ese sentido, una discusión acerca de cómo el cine de Hollywood y sus superhéroes dialoga –o más bien discute– en la contienda feminista. Capitana Marvel (2019), de Anna Boden y Ryan Fleck, ofrece como preámbulo una serie de circunstancias definidas por su carácter inédito. Por un lado, y después de que DC Comics –su rival en el mercado– realizara Mujer Maravilla (Patty Jenkins, 2017), presenta a la primera superheroína al frente de una producción del llamado Universo Cinematográfico Marvel, luego de una década de superhéroes masculinos. Anna Boden es, a su vez, la primera cineasta en dirigir en ese Universo. Capitana Marvel inaugura así un nuevo período de películas lideradas por mujeres.

Ahora bien, ese mismo fervor declarativo y superfluo, en tanto diseñado por un innegable sentido de oportunismo, va a determinar desde el principio y hasta los créditos finales el desarrollo del film de Boden y Fleck. La historia narra el devenir de Vers (Brie Larson), una agente en ascenso en Starforce, ejército liderado por el comandante Yon-Rogg (Jude Law) que se propone defender la civilización Kree de los ataques terroristas de los Skrull, presuntos villanos de una guerra intergaláctica sinfín.

Durante la década del 90, y como consecuencia de una invasión al Planeta Tierra encabezada por Talos (Ben Medelsohn), carismático líder Skrull, Vers se (re) encontrará con las huellas olvidadas de su existencia previa, un conflicto de identidad que la acosa a partir de sueños y pesadillas. La pregunta acerca de quién fue antes de convertirse en quien pronto será: una superheroína, galáctica y orgullosamente vestida con los colores de la Fuerza Aérea norteamericana. Una mujer que descubre una mentira y sale furiosa –y con un poco de culpa– en defensa de los desterrados. Como si fuera la expresión sin fisuras de un enunciado demócrata, Capitana Marvel se presenta ante los espectadores como la guardiana no tanto de la galaxia, sino de los valores estadounidenses que supuestamente se han perdido y que resulta indispensable recuperar, tras la avanzada totalitaria de otro supervillano, cuyo discurso se acerca ostensiblemente al que despliega quien gobierna en la actualidad al mundo. Guardiana entonces de un mensaje que se procura universal.

Durante el transcurso del film, florecerán sin mucha gracia recuerdos del pasado de la protagonista en Estados Unidos, accidentes durante su niñez, una adolescencia complicada en su formación como pilota de la Fuerza Aérea. Un conjunto de dificultades ocasionadas principalmente por el hecho de ser mujer en las que debe sobreponerse. La exhibición recurrente del mensaje repercutirá negativamente en la trama que intenta construir el relato. Malversará su fluidez y consolidación emotiva. Todo avance se verá, ante ese espejo, forzado y redundante. Ni siquiera las escenas de acción lograrán alcanzar algún tipo de eficacia visual, más allá de su intento por circunscribir su estética a las películas de acción de su festejado período de referencia.

Porque el centro de atracción –y de humor– del film tan solo podrá vislumbrarse, y muy tímidamente, en la caracterización nostálgica y fetichista de la época en la cual transcurren los acontecimientos. En la sobreexposición a-crítica de aquellos elementos que definieron esa década. La protagonista desfilará asi por cibercafés y videoclubes. La banda de sonido estará definida por Nirvana, No Doubt, R.E.M, etc. No mucho más. Tal vez demasiado poco.

La manifestación de buenas intenciones y, sobre todo, la respetuosa continuidad que el film demuestra a través de la repetición de cada una de las convenciones que rigen las películas de superhéroes producirá, a fin de cuentas, una historia desinflada, sin hallazgos. Capitana Marvel promueve por eso mismo un planteo decisivo acerca del sentido último –y hasta las últimas consecuencias– de la ocupación de un espacio. Si la apropiación –en este caso cinematográfica– de una tradición no persigue, en última instancia, una reformulación que sea capaz de fundar una nueva perspectiva, cualquier proyecto corre el riesgo cierto de convertirse en una simple e inofensiva muestra de corrección politica.