Capitán América y el soldado del invierno

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

De la II Guerra a la era Snowden

Para muchos sudamericanos, el Capitán América es símbolo de imperialismo, de tan disfrazado de barras y estrellas que estuvo siempre. Pero el único héroe de Marvel de la Edad de Oro de los cómics (al menos el único que sobrevivió, en la ficción y la realidad) fue creado por Joe Simon y Jack Kirby durante la Segunda Guerra, y era el “supersoldado” ideal para combatir la amenaza nacionalsocialista, de la mano de su ladero Bucky Barnes.
Cuando dos décadas después Stan Lee (editor y multiguionista) se unió a los lápices de Kirby para hacer historia en la Edad de Plata, tuvo la gran idea de descongelar (literalmente) al soldado del escudo: había caído en aguas polares en su última misión y había permanecido en animación suspendida. Se podía jugar entonces con su desfasaje por el tiempo perdido, que se fue agrandando conforme el presente de la narración siguió en presente y el pasado del “Capi” se mantenía en los ‘40.
Esto para aclarar que muchas de las buenas ideas de las películas de Marvel se basan en epifanías que tuvo Lee hace medio siglo. Porque si la primera película de esta serie estaba ambientada en la Gran Guerra y en la reunión de “Los Vengadores” se explotaba un poco este desfasaje, aflora a pleno en “Capitán América y el Soldado del Invierno”.
Veamos: una de las gracias (que se apreció en deliciosos diálogos en “Los Vengadores”) es que Steve Rogers tiene, a pesar de sus destrezas sobrehumanas y su habilidad para el comando militar, la cabeza de un soldadito de otros tiempos: divide entre buenos y malos, amigos y enemigos, y las complejidades del mundo moderno lo confunden. En tiempos de las guerras de Irak y Afganistán, de la vigilancia electrónica y modernidades, ya no es tan fácil armarse el mapa como en los viejos tiempos. Así que su desplazamiento temporal va más allá de los discos que no escuchó o del hecho de que su gran amor sea hoy una ancianita senil.
Nuevos tiempos
De todos modos hay una tensión sexual, como no, con la Viuda Negra, Natasha Maximoff, la ex KGB que trabaja para Shield. Justamente la desconfianza con ella es parte de la tensión: ella tiene una agenda distinta de misión, recuperar cierta información en un superpendrive de una plataforma de lanzamiento de Shield que deben rescatar de unos piratas franceses, curiosamente en simultáneo con un proyecto de seguridad preventiva de la agencia.
Rogers no entiende la compartimentalización que impone Nick Fury, el director de la agencia, basándose en principios de seguridad, o sea de desconfianza de todos. Así están las cosas hasta que un ataque parece haber aniquilado al duro director, y empieza a tallar la figura del secretario Alexander Pierce, quien clama por la captura de Steve y Natasha, culpándolos de ocultar información. Por lo que en el estilo de historias de Phillip K. Dick: el emblema del sistema empieza a ser perseguido por ese mismo sistema; así que el del traje patriótico tendrá que cambiarse a prendas de paisano y empezar a moverse de incógnito para esconderse de sus compañeros.
La trama seguirá desarrollando intrigas, y aparecerán dos nuevos personajes clave: “El Soldado del Invierno”, un “supersicario” que esconde varios secretos, y un nuevo aliado: Sam Wilson, veterano paracaidista de Irak, entrenado para utilizar los tecnificados equipos Falcon. También los apoyará la agente María Hill (asistente de Fury) y... alguien más que no revelaremos aquí. Todo indica que hay una infiltración en la agencia, así que habrá que ver hasta dónde llega.
Impacto
Anthony y Joe Russo vienen de hacer carrera en el cine de comedia, y quizás fueron convocados para eso: para darle una onda canchera a la historia pergeñada por Ed Brubaker y redondeada por Christopher Markus y Stephen McFeely. Y salen bastante bien parados, aunque por momentos parece que la película “se hace un poco larga” (quizá porque la madeja de la conspiración es muy extensa). Pero es interesante poner al héroe en la era post Bush y post Snowden: ni siquiera una franquicia de Marvel parece poder escapar del espíritu de época.
En cuanto al despliegue visual, está dentro de los parámetros acordados en la saga de películas vengadoras interconectadas, con buenas escenas de acción, despliegue de efectos visuales, una fotografía luminosa y un poco de destrucción a lo grande. Otra novedad al respecto, que asombra a algunos: el bueno de Rogers va a sufrir bastantes palizas: ni los superhéroes son indestructibles.
Héroes renovados
Chris Evans ya demostró que puede darle una impronta característica a este personaje que oscila entre la encarnación de la “subordinación y valor” y alguien que se mueve según lo que cree correcto; y en esa línea se mantiene. Como contrapartida, Scarlett Johansson hace ya un par de películas que nos convence de que es una agente letal en frasco chico y fisonomía y voz sugerente.
El caso de Samuel L. Jackson es particular: cuando se lanzó el “Universo Ultimate” (una relectura de los cómics de los personajes de siempre de la editorial, que influyó en elementos de los nuevos filmes) se decidió que Fury fuera negro, pelado, y curiosamente muy parecido a Jackson. No sabemos si estuvo directamente basado en él, pero era una opción inevitable para el personaje. Y la verdad, se lo nota a sus anchas.
Otro al que no le cuesta nada encontrar el tono para su personaje es a Robert Redford, una buena incorporación al elenco, como el secretario Pierce. Completan este equipo Anthony Mackie, correcto como Wilson, la bonita Cobie Smulders como Hill y Sebastian Stan, en una personaje que unirá pasado y presente. Por supuesto, Stan Lee hace su habitual cameo y no cuesta nada identificarlo.
Las puntas abiertas van para dos lados, como corresponde: para la continuidad de la saga Vengadora, y para una hipotética tercera película del veterano Capitán. ¿Seguirá por la libre o volverá a ser un empleado público? En algún tiempo lo sabremos.