Capitán América - El primer vengador

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

El truco del superhéroe ya empieza a desteñir

Hollywood sigue desempolvando superhéroes. No es que Capitán América, creado en papel y tinta poco tiempo antes del ataque a Pearl Harbor para la editorial Marvel, no tenga en su filmografía entradas anteriores; un serial, un largometraje, dos telefilms y un show de animación así lo atestiguan. Pero Capitán América: El primer vengador viene a sumarse a la larga lista de nuevas versiones de súper hombres y mujeres clásicos que ya conforman, corpus mediante, un género cinematográfico por derecho propio. Los connoisseurs del comic original saben sobradamente que existe un período pre y post Stan Lee: el notable historietista cambiaría la cara del personaje en los años ’60, restando de la ecuación patrioterismo y sumando amiguitos como El increíble Hulk, Iron Man y el Avispón Verde para crear un grupo de superhéroes conocido en español como Los vengadores. Para el film, los guionistas optaron por condensar la primera encarnación del protagonista, ubicando la acción en plena Segunda Guerra y con un spin off hitleriano como villano de turno (Calavera Roja, interpretado con infame acento alemán por Hugo Weaving).

El film de Joe Johnston (Jurasic Park III, Jumanji) narra en flashback la historia de Steve Rogers (Chris Evans), joven enclenque cuya historia tiene más de un punto de contacto con la de Charles Atlas, el famoso alfeñique de 44 kilos. Luego de varios y vanos intentos por enrolarse en el ejército (su frágil cuerpo sufre además de asma), Steve es utilizado como conejillo de indias en un experimento militar que resulta todo un éxito. Con nueva musculatura, varios centímetros extra de altura y fuerza y velocidad recargadas, el joven se transforma en Capitán América, fenómeno de feria ideal para utilizar con fines propagandísticos. Pero no pasará demasiado tiempo hasta que el muchacho pueda demostrar sus verdaderas habilidades: el coraje y la bondad necesarios para salvar a América y al mundo del Mal llegado del otro lado del océano.

Capitán América despliega sus dos horas de metraje como quien prescribe una receta, disponiendo ingredientes y dosis para que la sustancia tenga el efecto deseado. Pero la ciencia no siempre es arte y consecuentemente el film se desarrolla previsiblemente, sin sorpresas ni cambios de dirección. No se pide aquí profundidad psicológica (aunque más de una película de superhéroes se encuentra en posesión de ella) ni riesgos estéticos, pero sí al menos cierta capacidad para generar ritmo y emoción. Nada de ello ocurre mientras las escenas van sucediéndose, tildando items y preparando el terreno para el enfrentamiento final. La sobresimplificación en el relato de elementos clave –el deseo del protagonista por luchar en la contienda, la inevitable historia de amor– tampoco ayuda y todo tiene un tufillo a operación comercial previa al emparejamiento del Capitán con el resto del equipo (luego de la secuencia de títulos de cierre se presentan una coda y una cola del próximo largometraje Los vengadores).

Es de agradecer la inclusión de actores secundarios como Stanley Tucci y Tommy Lee Jones, cuya prestancia y carisma levantan el promedio de las escenas en las cuales se exhiben. Pero no alcanza. Los detectores de propaganda imperialista ni siquiera podrán analizar Capitán América como elemento de propagación ideológica: el relato es tan cándido que cualquier intento por relacionarlo con realidades pasadas y presentes será estéril. Sólo queda disfrutar del diseño de producción retrofuturista, encantador en su total inmersión en el absurdo, y de un par de escenas en las cuales el 3D está usado con algún sentido diferente al mero gancho comercial, más allá del simple gusto por calzarse los anteojitos.