Caperucita roja

Crítica de Marcela Gamberini - Subjetiva

En el universo del cine contemporáneo argentino, existe un ecosistema sensible y memorioso de películas dirigidas por chicas. Chicas formadas en una ola feminista donde la libertad y los derechos son innegociables, en la necesidad de apelar a la conciencia histórica, a la reflexión sobre el presente y sobre el pasado, a la memoria personal que se dibuja dentro de la memoria histórica y así lo privado y lo público forman parte de una continuo semejante a una marea multicolor.

En este grupo, la voz y la mirada de Tatiana Mazú González (aquí la entrevista) resalta. Su cine muestra el modo en el que ella se relaciona con la realidad: su infancia, su hermana, los sonidos, el tiempo que transcurre lento y veloz, su militancia verde, su conciencia histórica.

En Caperucita Roja la pasión por los relatos, por el simple hecho de contar historias se vuelve un elemento vivo, una acción preciada por la familia. Esa abuela que cuenta cuentos, esas nietas que no sólo escuchan sino que colaboran en la construcción del relato es la matriz sobre la que se construye la película. Contar es como coser, hilvanar palabras, probar frases, armar un tapado es como armar un relato polifónico. El contar y el coser como tareas de chicas que también cantan y a la vez reclaman por sus derechos. Naturalizar este reclamo es central, aquello que estaba normalizado en las épocas de la abuela ahora se problematiza, se vuelve un organismo vital arrasado por esa fuerza revolucionaria del feminismo que se lleva puesto al capitalismo y al patriarcado. No hay hombres en la película, sólo generaciones de mujeres que en la cocina- lugar doméstico e íntimo- , releen la historia enclavada en los relatos populares como el de Caperucita y en las canciones de la abuela. Esos relatos con los que han crecido estas niñas, donde las heroínas – tal vez como la abuela- estaban silenciadas e inmóviles ahora se tensan; y en esa tensión surge la interrogación.

Mazú González logra agitar, hiperventilar las imágenes, los textos, los sonidos que han estado anestesiados por el peso de la historia y que ahora despiertan y se resisten a una lectura normativa. Las generaciones son interpeladas pero amorosamente, de un modo donde el diálogo entre la abuela y las chicas es posible.

La potencia de la luz revive esas especies de naturalezas muertas, la luz sobre las plantas del jardín y sobre el espacio del campo. Esa luz logra alumbrar aquellas cosas que parecían dormidas, secas. Hermosa escena la de la nieta hablando con la abuela acerca de la guerra donde la protagonista es esa pared en la que un pequeño cuadro de Las meninas ofrece una encantadora clave de lectura. Así como la abuela cruzaba ese bosque para ir a trabajar, las chicas cruzan las fronteras, las revierten y logran pasear por un bosque donde las caperucitas son ellas mismas, las propias protagonistas de los relatos que conjuran la aparición de los lobos probables.

El feminismo y la clase, la reflexión política y social, los lazos familiares son narrados con humor transformando el cine en una experiencia sensible, intimista pero que a la vez resuena cierto quiebre en la hegemonía cinematográfica y también social. La cálida paleta de colores, la extrañeza del sonido y la experimentación narrativa suman también desde lo formal apostando a horadar la experiencia del espectador.

CAPERUCITA ROJA
Caperucita Roja. Argentina, 2019.
Guion y dirección: Tatiana Mazú González. Fotografía: Joaquín Maito. Edición: Josefina Llobet. Sonido: Julián Galay. Duración: 93 minutos.