Cantinflas

Crítica de Vivi Vallejos - CineFreaks

Había una vez un cómico

Se cuenta que en sus comienzos, mientras actuaba en una carpa (un tipo de teatro popular y ambulante mexicano), alguien del público, no muy conforme con lo que veía, le gritó: "¿En qué cantina inflas?", creyendo que estaba borracho, ya que no le entendía una palabra. Ése fue el bautismo, según el mito que retoma la película, de uno de los personajes de ficción más recordados de América Latina: Cantinflas, aquel indigente delirante e ingenioso del espectáculo azteca.

Cantinflas intercala dos tiempos distintos: Avanza y retrocede desde los años 30 hasta los 50, alternando dos momentos en la carrera del artista: Mario Moreno Reyes, el muchacho anónimo de cuna humilde, que probaba suerte como boxeador o torero y sólo un poco más tarde, por mera casualidad, se topó con los escenarios, donde parió a su personaje predilecto; los días en que se gestó y rodó La vuelta al mundo en 80 días, aquella megapelícula sobre la novela de Julio Verne, ganadora de Oscars y Golden Globes (uno se llevó Moreno Reyes, como mejor actor): un “crossover” que le valió el reconocimiento de Hollywood y la admiración de Charles Chaplin.

La película opera como una biopic y busca representar la vida del cómico en cuestión, pero abre líneas narrativas que luego no desarrolla –su pertenencia a una clase baja, su relación con el público que se identificó con él y lo hizo popular, el vínculo accidentado con su pareja, la fama, el dinero, el reconocimiento social, su militancia política al frente del sindicato de actores–. Bajo la excusa de haber elegido contar cómo este mexicano llegó a los estudios hollywoodenses, la película quiere abarcarlo todo, pero termina por quedarse en la superficie, sin desplegar el relato.

Una gran cantidad de planos dedicados a las marquesinas de los cines, las alfombras rojas, las estrellas del star system, los sets de las majors y otras escenas del cine dentro del cine, todos ellos elegidos para hacer avanzar lo contado, dejan entrever la fascinación, muy probablemente del director, por la industria (esto se confirma sobre todo si se tiene en cuenta El fantástico mundo de Juan Orol, su anterior película, dedicada a otra figura del cine mexicano de la época de oro). Así se entiende el uso de ciertos recursos de este tipo de cine, que aquí son nada más que fórmulas efectistas no logradas del todo, que procuran provocar emoción y empatía con el protagonista, pero sólo repiten lugares comunes.

El trabajo que logra Jaenada con mucho oficio, gana en muchos aspectos: parecido gestual, cadencia de la voz y sus pausas, pero pierde fuerza y se aleja de la gracia del personaje original por el esquematismo y la falta de despliegue del guión, que le niega la densidad dramática que se merece. Cantinflas es una película fría porque se mantiene distante con el personaje homónimo. Lo conoce bien, sin dudas, pero nunca logra intimidad: por el contrario, es un desfile de anécdotas que no crecen, de detalles (sutilezas, las que mejor hablan por las personas, casi siempre) que nunca aparecen. No es posible saber cómo y qué piensa el personaje y por eso no hay afinidad posible. Tanto es así que una vez concluida la película todavía resta saber quién fue Cantinflas.