Candyman

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

Después de algunas vueltas y de una pandemia que retrasó su estreno más de un año, llegó a salas la versión actualizada de uno de los villanos más icónicos del cine de terror. En este caso, se optó por la continuación directa de la primera película, de 1992 y dirigida por Bernard Rose, pero, bajo la dirección de Nia DaCosta (Little Woods) y bajo la producción de Jordan Peele (Get Out), aquí el enfoque es diferente, más a tono con los temas que a sus realizadores les interesa. Así, se aleja aún más de su obra original, el cuento de Clive Barker publicado en sus magníficos Libros de sangre, y de lo carnal y sensual del relato, y abraza algunos aspectos que fueron propios de aquella primera versión, como que el espíritu atormentado fuese un hombre afroamericano con una trágica historia de racismo.
Estamos en una Chicago fría y neblinosa que se nos presenta al revés, porque el juego con los espejos y los reflejos será una constante de todo el relato. El guion presenta personajes pero un poco después establece quiénes será realmente el protagonista: un artista a quien su mujer mantiene mientras se encuentra con dificultades para agarrar el pincel. Esa noche con su cuñado y su novio a quien acaban de conocer, le hablan de una especie de leyenda urbana sobre unas torres cercanas, ahora deshabitadas. Un asesino sobrenatural con un gancho en su mano y la idea de que si se menciona su nombre cinco veces frente al espejo éste acude al llamado.
A partir de ese momento, el artista investiga sobre el tema y encuentra lo que quiere contar, y crea su obra sin poder detenerse, totalmente poseído por aquello que quiere expresar y contar. Sin saberlo, convoca al terror y es obra a la que titula «Di mi nombre» no sólo cobra una atención al principio deseada, sino que lo va sumergiendo a otras partes de sí mismo con las que no se imaginaba verse enfrentado.
Es una bendición, créeme. Vivir en los sueños de las personas; ser susurrado en las esquinas de las calles, pero no tener que estar. ¿Lo entiendes?
Lo prohibido – Clive Barker
Como se mencionó, Nia DaCosta con un guion escrito junto a Jordan Peele y Win Rosenfeld, y gracias a la fotografía de John Guleserian, juega con los espejos y reflejos. Eso se traslada principalmente a las escenas de muerte, donde siempre aparecen dos maneras de verlas; el espejo muestra lo que no queremos ver.
Sin embargo, el guion también se enreda en su afán de querer explicar todo, de querer construir y abarcar demasiado alrededor de sus personajes y sus temáticas, con varias escenas que a la larga, en especial para una película de hora y media, se siente que sobran. Por ejemplo, lo concerniente al mundo de las artes plásticas quedda relegado cuando aflora la crítica social, el verdadero interés de la producción.
La película se apropia de aquella de Bernard Rose, como toda la historia que se construyó alrededor de Cabrini Green Homes, ese proyecto real de viviendas que después de varias décadas de marginalidad fueron demolidas en los 90s. Barker había situado la historia en su Liverpool natal y hoy sin embargo nadie puede pensar en Candyman fuera de Chicago.
También hay un trabajo interesante en esa parte que funcionaría como una especie de precuela que reescribe la historia, contada aquí a través de diferentes voces y representadas con sombras chinescas. Con un recurso simple pero poderoso se nos presenta la leyenda y sus orígenes, permitiendo también poner en contexto para quien no haya visto o no recuerde por dónde viene la historia. Es en esos momentos de mayor simpleza y menos golpes de efectos donde mejor funciona esta versión.
Mientras este hombre fuera conocido solo por sus actos, ostentaba un poder incalculable sobre la imaginación; pero ella sabía que la verdad humana bajo aquellos horrores resultaría amargamente decepcionante. No sería un monstruo, solo una pálida farsa de hombre más necesitado de lástima que de pavor.
Lo prohibido – Clive Barker
A la larga, lo que se quiere reflejar a través de esta historia es la discriminación racial que ha sufrido la comunidad afroamericano y sigue sufriendo aunque ahora haya más voces alzadas. DaCosta se apodera de esta historia de leyendas urbanas y construye un nuevo mito con una resolución que no conviene adelantar pero abre muchas posibilidades. Lo peor radica en la necesidad de explicarse y subrayarse todo.
Por un lado tenemos una visión nueva y más dramática de la historia, por el otro nuestro querido e icónico villano (a quien Tony Todd supo siempre y todavía logra en su brevísima aparición nostálgica brindarle una presencia cautivadora y atemorizante por igual) queda reducido a una idea más que a un personaje.