Candyman

Crítica de Damián Aspeleiter - Revista Meta

Nía Da Costa (directora de la muy buena Little Woods) toma el relato de Clive Baker, el cual había sido convertido en saga de slasher en la década de 1990, y lo actualiza con las polémicas sociales de la gentrificación y el racismo pero sin slasher, ritmo ni terror.

Cuando uno entra a esta película debe entender que la historia nos introduce en una lógica en la que las leyendas y los relatos de transmisión oral traen consigo una suerte de advertencia, es decir son una suerte de guía del buen hacer para los niños, una herramienta educativa que busca la obediencia a los cánones morales de la sociedad y una suerte de introducción en el mundo social; es decir estos relatos pretenden que el niño se amolde socialmente a lo que la necesita de ellos y les cuenta que el alejarse de la manada puede ponerlos frente a problemas que pueden afectarlos directamente, si aceptas dulces de un extraño puede ser peligroso suena mucho menos impactante que la historia de Hansel y Gretel es por eso que el cuento clásico pervive, ya que de alguna manera contiene el mensaje moral, la advertencia y entretiene.

Cada sociedad contiene sus propias leyendas urbanas y sus propios cuentos, adecuados a la época en que vive y a los propios males que en esta sociedad existen: el hombre de la bolsa paso a ser la camioneta blanca que secuestra chicas en el conurbano bonaerense y la vieja que regalaba dulces a se convirtió en un dealer que regala caramelos contaminados por drogas que tienen el fin de atraer a los más jóvenes a esa adicción; en cualquier caso el cuento cumple la función de advertir prevenir y moralizar. Candyman de alguna manera funciona como un relato moralizante que intenta introducir una crítica social en la cual los monstruos son la gentrificación y el hombre blanco, digo intenta y no logra porque esta advertencia está escrita tan torpemente y con un trazo tan grueso que termina convirtiéndose en un burla de sí misma .

Clive Barker autor de las novelas “Corazón condenado” y “Cabal” que inspiraron las películas Hellraiser (Hellraiser, 1992) y Razas de noche (Nightbreed, 1990) respectivamente. Este autor cuando también escribió el relato corto The Forbidden, que fue fuente de inspiración de la saga Candyman, Este no lo imagino como un Hombre de origen africano, con un garfio por mano que está rodeado de abejas que nos entregó la película en 1992 . Aunque ambientada en los barrios deprimidos de Chicago, no tenía mucha conexión con los conflictos raciales que forman parte de la historia de Estados Unidos desde su fundación lo que al director y guionista Bernard Rose no le importó por lo cual le dio a su Candyman la impronta de un espíritu de venganza de un hombre afroamericano sometido a violencia racial a causa de mantener una relación interracial en el siglo XIX. Casi treinta años después la directora Nia Da Costa y Jordan Peele (coproductor y coguionista en esta película); responsable de Huye (Get out, 2017) y Nosotros (Us, 2019) toman la leyenda de Candyman en un momento álgido de la historia estadounidense, en el cual los asesinatos raciales por parte de la policía han puesto el racismo propio de una sociedad tan desigual y segmentada en primera plana o en el eje de las consideraciones sociales; hablar de racismo hoy no pasa desapercibido en un mundo en el que si bien todo deja de ser noticia rápido tampoco es tan fácil de olvidar.

Peele y Da Costa tienen presente el movimiento #BlackLivesMatter al construir el guion de esta suerte de reboot que más bien es una secuela de la primer a película de la saga, la película de Da Costa que es mas bien una suerte de crítica social que película de genero de terror. La película incurre en algo que es muy propio de las producciones de Peele, es decir en el subrayado de la temática y el discurso. Este subrayado nada sutil de alguna manera la película funciona mas como un manifiesto político que de alguna manera trata de poner blanco sobre negro con respecto al poder del relato oral y como de alguna estos sirven para prevenir a los habitantes de un barrio marginal de chicago en el cual los habitantes afroamericanos le temen a la policía con más fuerza que a una presencia fantasmal que recorre el gueto matando gente con su garfio. Candyman pretende hacer una critica de clases con respecto a los protagonistas que al igual que las grandes empresas aprovechan la marginalidad para comprar propiedades baratas y destruir su esencia en post de una postura elitista que expulsa a los pobres de sus propios barrios; a esta altura la película ya soltado todo su discurso antidiscriminación y antigentrificación, pero no ha podido construir un clima que realmente logre atraer al espectador ya que es desesperantemente aburrida.

Da Costa y su director de fotografía, John Guleserian consiguen crear unas imágenes muy logradas sobre todo en el aspecto técnico, lo cual va acompañado por una animación de siluetas que aportan mucho a la película pero tampoco consiguen impactar, en definitiva es la técnica por la técnica misma ya que si bien aportan al relato la película cae en el abuso de este recurso. Aunqueen una breve escena la película hace una muy buena reconstrucción de época al comienzo, al presentarnos la historia ambientada en 1977.

Candyman no genera terror y desaprovecha los elementos con los que juega y las convenciones del género a las que recurre. Se puede decir que el guion es demasiado burda y carece de ambigüedad, tal vez el error es que prefirió darle más lugar al discurso por sobre el terror. A la hora de sentar las bases de lo sobrenatural la película es confusa ya que nunca queda claro que es lo que realmente sucede. Candyman se toma muy en serio a si misma por lo cual le falta cierta naturalidad, lo que la convierte en una obra rígida que parece prefabricada, que no tiene ni espontaneidad en sus dialogo, los personajes cada vez que abren la boca parecen estar dando un discurso sobre las problemáticas sociales de la comunidad afroamericana, lo cual va diluyendo la tensión.

Tony Todd vuelve al papel para ser una suerte de nexo con la historia de la cinta de 1992. La historia nos presenta a Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen II) quien es un pintor que al sentir que carece de una musa para su obra, la cual es despreciada por anticuada decide hacer caso del relato que le realiza el hermano de su novia, Brianna (Teyonah Parris), Troy (Nathan Stewart-Jarrett), sobre la leyenda de Candyman. Anthony decide investigar acerca de esta historia lo cual lo hace entrar en contacto con la criatura de la leyenda y convertirla en arte, lo cual genera que el monstruo despierte. La película de alguna manera intenta dosificar la violencia de forma estilizada lo cual atenta con el eje de este tipo de películas, es decir el gore, lo cual también le quita todo el encanto.

Lo interesante de Candyman 2021 reside en la nueva interpretación del personaje, pero se queda en eso. La película carece de momentos de terror y de atmosfera. Es una obra que se queda en declamaciones, pero se olvida de su finalidad que ya no es solo producir terror, se olvida de lo mínimo que se le pide a una película, entretener.