Campaña antiargentina

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

Mucha historieta y nada de cine en "Campaña Antiargentina"

La ópera prima de Alejandro Parysow carece de cualquier verosimilitud y se transforma en una experiencia agotadora.

Lo más sano que podría hacerse con esta película es utilizarla de ejemplo para entender cómo una buena idea, mal ejecutada, es una idea dos veces mala.

Campaña Antiargentina supone que una logia se esconde detrás de todas las desgracias de nuestro país, desde la muerte de Gardel hasta la dictadura del 76. Esta hilacha paranoide podría deshilvanar un delirio mayúsculo, una tragicomedia abusiva que recapitule nuestra historia. Sucede lo contrario: el filme se torna monótono, afectado e inmaduro, y aquella premisa que parecía jugada se transforma en el chiste recurrente de un viaje de egresados.

El error central en la ópera prima de Alejandro Parysow es su caos gramatical: jamás entendemos si predomina la ficción, el falso documental, el documental del documental o una novedosa superación de estas instancias.

Campaña Antiargentina es un pastiche de material de archivo, camaritas home, extractos de cámara de seguridad, cámaras de notebooks y puestas ficcionales que misteriosamente se desentienden del registro documental. Pareciera que el guión hubiese pensado algo totalmente distinto a las decisiones formales del director, haciendo de la película una agobiante exhibición esquizoide.

Acá seguimos a Juan Gil Navarro interpretando a Leo J., una estrella mediática que descubre en latas de fílmico heredadas cómo sus ancestros intentaron frenar una conspiración geopolítica. Leo toma la posta y contrata a un camarógrafo para que lo grabe las 24 horas. También contrata a un cineasta para que filme un documental que lo tenga a él como protagonista. Si hasta aquí suena confuso, se agrega otra capa: un especial televisivo que reconstruye su trayectoria, con testimonios autoparódicos a cargo de Adrián Suar y Axel Kusnetzoff.

Esta masa amorfa pierde cohesión a medida que transcurren los minutos, las elipsis desconciertan, los sucesos carecen de lógica y surgen planos de una GoPro que directamente son una falta de respeto.

Los actores deambulan despistados, a veces actuando para un documental y otras para una comedia costumbrista. De ellos no será la culpa, sino de un director extraviado en una madeja de intensiones.