Camino de campaña

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

CONTRADICCIONES VUELTAS SOMBRAS

“A mí seguro que no me conocen pero a la historia sí”. La frase de Agustín está muy lejos de la trivialidad o del azar; por el contrario, encierra en sí misma mucho más que el tema de la película: devela la lógica de su construcción.

En consecuencia, en Camino de campaña se produce un quiebre, un pasaje desde la importancia del tema en sí hacia los elementos para desarrollarlo. Ya no se trata tanto del regreso de Agustín a su pueblo para ser juzgado por el presunto asesinato de sus padres (y del revuelo que el hecho pueda generar en un lugar donde todos se conocen), sino de ese tiempo de espera del protagonista en el cual aguarda la llegada de su abogado y del juicio, se reencuentra con algunos viejos amigos o se cruza con nuevos vecinos del pueblo.

A través de un marco minimalista y de un tono reticente y hasta quizás algo esquivo, la película está elaborada a partir del trabajo de las tensiones: por un lado, asociadas al misterio o a la incógnita; por otro, ligadas al plano sexual pero siempre puestas al servicio del juego entre su estado latente y la posible concreción.

De esta manera, el director Nicolás Grosso dispone de los elementos en un espacio alejado, con poca población y regido, en su mayoría, por la oscuridad de la noche; características que favorecen la creación de una atmósfera de fuerzas contrapuestas.

Sin embargo, a lo largo del filme, la dicotomía de la frase del protagonista se diluye: ya no se trata de una tensión entre dos fuerzas, sino de la pertenencia a un mismo universo confuso, olvidado y oscuro, que acaba por convertirse en algo agobiante. Como ese camino que promete el título y que, con el paso del metraje, se vuelve cada vez más pantanoso y lejano.

Por Brenda Caletti
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