Camino a la redención

Crítica de Fernando López - La Nación

Bellas imágenes para un laborioso rompecabezas

Camino a la redención es como un rompecabezas: historias y personajes se suceden sin conexión aparente, deliberadamente desarticulados para azuzar el espíritu detectivesco del espectador, que sabe desde el principio que todos esos elementos dispersos terminarán componiendo un cuadro -una historia- sólo al final, cuando todas las piezas encajen. A Guillermo Arriaga -guionista de films de González Iñárritu y ahora director- le gusta trabajar sobre esas narraciones fracturadas. Suele mostrar primero los efectos para después ir descubriendo las causas, lo que hace que sus ficciones avancen y retrocedan en el tiempo y salten de un lugar a otro, un ejercicio que puede ser unas veces intrigante y otras veces fatigoso o estéril.

Aquí hay algo de todo eso. El film empieza con un gran impacto: en medio de la llanura de Nuevo México una explosión hace volar por los aires el trailer que una pareja adúltera (él mexicano, ella norteamericana) usaba para sus citas. La intensidad de la pasión está a la vista: debieron emplear un cuchillo para separar los cuerpos, dice uno de los hijos del muerto. El muchacho se interesará después por la hija de la mujer, lo que abre otra vía de conflictos. Hay más: está la bella dueña de un restaurante de Oregon (seguida siempre de cerca por un desconocido de rasgos latinos), que revela con su ansiedad, su promiscuidad sexual y sus prácticas de autoflagelación el secreto malestar que la abruma. El desconocido trae consigo otra subtrama, que también incluye un accidente, en este caso aéreo. Los cambios de época apenas se perciben en un par de autos: uno trae GPS, otro es un modelo antiguo.

Cuál es el nexo que une las piezas es algo que Arriaga demora en revelar, aunque la intriga vaya desvaneciéndose de a poco después de los primeros 40 minutos de idas y venidas en el tiempo y el espacio mientras se sigue la relación de los dos jovencitos, las andanzas de la mujer de turbio pasado y el drama de los amantes carbonizados. La muy laboriosa (y gratuita) construcción y los trucos de Arriaga apenas disimulan los tintes telenovelescos de una historia más bien trillada. Lo mejor está en las atractivas imágenes de Robert Elswitt y en el empeño que ponen las actrices (Lawrence, Basinger y Theron, en ese orden) para contagiar alguna emoción.