Camino a Estambul

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Un debut desde el alma

El actor dirige y prota goniza este drama sobre un padre que busca a sus hijos tras la batalla de Gallipoli.

Un auspicioso debut detrás de las cámaras ha tenido Russell Crowe con Camino a Estambul. No es estrictamente una película de guerra, aunque incluye escenas de combate. Tampoco un filme romántico, aunque los personajes, el suyo como intérprete, ofrezcan sus momentos románticos contenidos. Mejor digamos que Camino a Estambul es un drama, profundo, en el que la futilidad de la guerra y las razones del corazón están interconectadas, y en muy buen balance.

El actor de Gladiador y El informante es Joshua Connor, un australiano padre de tres hijos que combatieron en la sangrienta batalla de Gallipoli, en tierras turcas, durante la Primera Guerra Mundial. Cuatro años después, en 1919, le jura a su esposa que irá y traerá de regreso los cadáveres de sus hijos, al menos para que descansen bajo tierra en la granja que mantienen.

Basado en hechos reales, el título original (El adivinador de agua) encierra su poesía. Joshua tiene un don para encontrar pozos de agua en la árida Australia, y así cuando llegue adonde se desarrollaron las acciones bélicas, confiará en que podrá encontrar el lugar donde se encuentran enterrados los cuerpos de sus jóvenes hijos. Con algo de misticismo entre tanto dolor, Crowe jamás recarga las tintas en lo extraño de la situación, pero tampoco en la fiereza de las escenas bélicas, que sí son sumamente intensas en los flashbacks.

Para esto, Crowe como director enfrenta a turcos y británicos en un suelo donde los resquemores se mantienen y la invasión de los griegos es inminente y, por si fuera poco, también se atreve a afrontar el tema del lugar que la mujer ocupa en esa sociedad. Para ello, Olga Kurylenko encarna a Ayshe, la viuda y dueña de un hotel en Estambul donde descansa el protagonista: es la subtrama que airea un tanto el drama existencial de Connor.

Hay, si se quiere ver, algo de Rescatando al soldado Ryan en la búsqueda desesperada, y muchos obstáculos que debe saltar, primero para poder llegar a Gallipoli, y luego para que lo dejen encontrar lo que busca. Y entre nacionalidades diferentes, algo enlaza las almas. Un oficial turco -que ordenó la matanza de miles de australianos allí- es quien ayuda a Connor. Tiene un sencilla razón: “Es el único padre que ha venido a buscar a sus hijos”.

Con una bellísima fotografía que emparenta los paisajes de Australia y Turquía, con mucha luz natural y ambientes abiertos, Crowe sabe imponer la tensión en momentos claves, sea que se enfrenten los personajes con las armas o con las palabras.

El reparto incluye, además de un gran trabajo del turco Yilmaz Erdogan como el mayor, a un niño (Dylan Georgiades) como el hijo de la viuda, con quien Connor entabla cierta relación. Es que Crowe sabe saltear las fronteras y las políticas y entregar un muy buen alegato en contra de la guerra y a favor de la solidaridad, en busca de la paz interior.