Camino a Estambul

Crítica de Julia Soubiate - EscribiendoCine

Agua que has de encontrar

Camino a Estambul (The Water Diviner, 2014) marca el debut como director del australiano Russell Crowe, algo que es más que notable en su tempo de ingenua ansiedad. Más allá de los resultados, la intención del film es mostrarnos un retrato sobre lo catastrófico, sobre un duelo familiar y la resonancia de él en un mundo de posguerra.

La idea del film comienza con un hallazgo del guionista Andrew Anastasios, quien en el medio de otro proyecto queda fascinado por una frase de una carta de un oficial Australiano: “Un viejo hombre logró llegar hasta aquí desde Australia buscando la tumba de su hijo”. El resto, literalmente, es historia.

La hazaña de Joshua Connor (Russell Crowe) comienza en Australia en 1918, en un campo donde al parecer sólo él y su esposa residen. Colmada por la angustia del duelo de sus hijos desaparecidos en la guerra, Eliza (Jacqueline McKenzie) se encuentra distanciada de su marido, y poco después de conocerla, somos testigos de su final. Ante semejante tragedia, a Joshua ya no le queda nada en la vida, excepto tal vez poder encontrar los cadáveres de sus hijos, y traerlos de vuelta a casa para honrarlos y acercarlos a su madre.

Tres meses más tarde, encontramos a Joshua en Constantinopla, en donde conocerá al pequeño Orhan (Dylan Georgiades) y su madre Ayshe (Olga Kurylenko), quienes lo ayudarán a traspasar los controles británicos y poder llegar así a la zona de combate en donde desaparecieron sus hijos.

Formando un inesperado vínculo con los otrora enemigos de sus hijos – el Comandante Hasan y el Sargento Jemal (Yilmaz Erdogan y Cem Yilmaz) – y guiado por su instinto que lo persigue en sueños, Joshua llega más lejos de lo que jamás hubiera esperado.

Desde que vemos a Joshua por primera vez, sabemos que el granjero posee la misteriosa habilidad de detectar buenas ubicaciones para pozos de agua, un hecho que a lo largo del film va transformando la historia en un relato más cercano al realismo mágico que a la típica película bélica /de época (Esta intuición se refuerza con las vagas referencias que se hacen a “Las Mil y Una Noches”). Y a pesar de que este desvío es riesgoso, no constituye un problema a grande escala.

La falla principal del film, en todo caso, es auto-inducida: al concebir su protagonista, Crowe no se da mucha tela para cortar. El personaje de Joshua es más bien chato, y su arco de evolución pasa de inexistente a fugaz en un santiamén.

A lo largo del film es inevitable preguntarse: ¿Cómo, y por qué, un padre tan protector deja que sus tres hijos se vayan?. Y en todo caso, si así fue, ¿Cuál es su momento de anagnórisis, más allá de las circunstancias externas que parecen llevarlo por azar de un lugar a otro?. No hay muchas respuestas. Lo único que nos queda es un contexto interesante atravesado por una versión alplax del macho clásico, el típico hombre estoico que derrama una sola lagrima y continúa con su camino.

En cuanto a los flashbacks - que abundan en la película - casi todos parecen puestos al azar, como una suerte de salvavidas narrativo cuando la primera historia se agota, y para sacudirnos un poco con visiones y ecos truculentos de los combates. Hay un solo flashback - el cual involucra a los tres hijos de Joshua - que sí es significativo narrativamente, al mismo tiempo que logra transmitir la brutal realidad del combate. Pero incluso este último es sobre usado y termina perdiendo efecto.

Dicho esto, cabe aclarar que no todos los recursos del director primerizo están malgastados. Una de las mejores apuestas de Crowe es el lado técnico: la fotografía de Andrew Lesnie (de la trilogía de El Señor de los Anillos (Lord of the Rings, 2001-2003) es impecable como siempre, y sella su camino al ser la última producción de esta leyenda que falleció el pasado Abril.

El corazón de la historia que Anastasios y Crowe quieren contar también es interesante, porque a pesar de que el tratamiento sobre las consecuencias de la guerra no es nuevo, sigue siendo refrescante. Su mayor riqueza es reconocer ambos lados de las trincheras sin justificar ninguno, y analizar el papel de la humanidad que parece perderse en el combate cuerpo a cuerpo, dejando a miles como simples cadáveres no reconocidos, sobre los que todas las naciones cantarán pero a los que nadie querrá recordar.

Que al director le falta camino es innegable, pero es un recorrido que vale la pena seguir.