Camino a Estambul

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Un relato diluído en lineas narrativas

En su primera experiencia como director, Russell Crowe arranca en tono de tragedia para luego embarcarse en una historia de aventuras y continuar con el género bélico.

El film comienza en las trincheras otomanas, con los preparativos de la embestida final que en 1915 expulsaría definitivamente a británicos, franceses, neozelandeses y australianos de suelo turco y que se conoció como la batalla de Çanakkale Sava?lari. A partir de allí, la historia cambia de perspectiva y la sangrienta campaña pasa a ser Gallipoli, tal como se la conoció en Occidente y que para los australianos se convirtió en un hecho que marcó para siempre su historia por la magnitud de las pérdidas humanas. El relato luego se traslada al interior australiano cuatro años después del final de la guerra, a la granja de Connor (Crowe), que le promete a su esposa que traerá de vuelta los cuerpos de sus tres hijos, muertos en combate.
Lo que sigue es el viaje de Connor a tierras extrañas, primero a Estambul, en donde conocerá a Ayshe (Kurylenko), a cargo del pequeño hotel donde se aloja y a su pequeño hijo Orhan (Georgiades), que espera que su padre vuelva de la guerra. Luego serán las dificultades para llegar a Gallipoli, donde ingleses y turcos trabajan en conjunto para enterrar los restos de los soldados muertos en batalla. Y desde allí, la esperanza de que uno de los hijos todavía esté con vida.
Si Gallipoli se convirtió en un tema central en la historia de Australia, fue por Peter Weir que en 1981 con su film homónimo le dio la trascendencia que había tenido esa batalla olvidada. Y en su primera experiencia como director, Russell Crowe retoma el tema con un film que es casi como el manual de la ópera prima fallida, un relato en donde la indecisión a la hora de elegir una línea narrativa clara se combina con la estetización de la puesta, no sólo en en los grandiosos paisajes sino también en la reconstrucción del sangriento campo de batalla donde miles de hombres perdieron la vida.
Así, mientras la historia avanza, el novel realizador empieza con la tragedia, después se embarca en una historia de aventuras, continúa con el género bélico a través de numerosos flashback que reconstruyen el paradero de los tres muchachos desaparecidos -el recurso también se aplica para mostrar la vida de los hermanos en la granja-, coquetea con los distintos puntos de vista en cuanto al conflicto, picotea en la cuestión del desguace del imperio otomano frente al poderío inglés, mientras crece la historia de amor con Ayshe (Kurylenko en versión exótica) y de paso se entretiene con las diferencias culturales entre oriente y occidente.
Esta multiplicidad de intereses da como resultado una película mastodóntica, que en algunos momentos resulta entretenida pero que en su ambición de abarcarlo todo, termina por ser un muestrario de buenas intenciones.