Camino a Estambul

Crítica de Cecilia Martinez - Función Agotada

Como turco en la neblina

Así se lo ve a Russell Crowe delante y detrás de las cámaras en Camino a Estambul, traducción libre y pedorra del original The Water Diviner, also así como “el zahorí de las aguas”, en referencia a cierto don de el personaje de Crowe de visualizar agua debajo de la tierra, además de determinados acontecimientos.

Imagínense que se las cuenta un amigo en una cena, luego de varias copas encima. O imagínenme a mí, contándoselas así, en ese estado. Porque estas películas deberían contarse siempre de esa manera.

“El asunto es el siguiente (guarda que hay espoilers): Russell (su nombre es Connor) es un chabón que manda a la guerra (los turcos del Imperio Otomano contra Gran Bretaña, Australia y Grecia) a sus 3 pibes. Los 3 mueren. Después, en el presente, lo vemos con su jermu (en las primeras escenas se ve que no la ponen mucho y que la cosa anda mal; para colmo, sabiendo que trabaja Olga Kurylenko, no es difícil imaginar que Russell va a encontrar agua en otros aljibes), infelices, tristes, tirándose mierda mutuamente. Entonces Connor decide ir a buscar los cadáveres de los tres bepis y traérselos de vuelta a su jermu que, como no tenía nada mejor que hacer, decide suicidarse. Lástima que a Connor le tocó la Primera Guerra Mundial y que solo tenía 3 hijos, que si le tocaba la Segunda y un hijo más le mandaban un equipo de rescate para traerle alguno con vida. Pero no. Connor sufre y se queda sin familia, y el gordo Russell (que aquí le frenó al Shimmy por unas semanas) hace una autoremake de sus propias caras de constipación tal como en Gladiador.

Pero pará, no todo está perdido. La sigue, conoce a Ayshe (Olguita) -una turca (no sean guarangos) con acento rumano, pero ponele- en el hotel en el que se hospeda. Ella es una viudita fuerte con un hijo bastante insoportable.

Al toque, el deigor conoce a unos oficiales turcos que están por ahí haciendo lo mismo que él -identificando fiambres para pasar el rato- pero bajo la amenaza latente de una invasión griega. A los oficiales medio como que les da lástima y lo dejan entrar a la zona de los embutidos y chacinados. Como Connor es “diviner”, en un momento cierra los ojos y, en la vastedad de todo el territorio, encuentra el lugar exacto donde murieron los críos. Además –ya que estamos– te visualiza cómo mueren a manos de uno de los generales.

WWI for dummies. Este diálogo:

Connor: “Mataste a mis hijos”
General: “Sí, pero es tu culpa, vos los mandaste, ustedes nos invadieron primero”.
Connor: “Es cierto”.

En el medio de toda la búsqueda, Connor pasa cierto tiempo en el hotel con Ayshe y se empieza a dar cuenta de que no está muerto de la cintura para abajo. Pero, como es un toque lerdonio, le da por sacarla a pasear. A la turca. En una de las caminatas, encuentran un lugar aislado y se sientan a charlar. A los dos segundos, empiezan a darle al chiste facilongo y a hacerse la jodita de tirarse agua de una fuente. Pero como Russell es muy estilizado, te lo muestra todo con ralenti y musiquita romántica de fondo que hace que las películas de Hallmark parezcan de David Lean.

Después planean cenar juntos algo simple, tipo milanesas con puré. Él llega tarde y ella le dice: “vení que te hice algo de picar”. Acto seguido, se los ve a ambos en la cocina del hotel, rodeados de cientos de velas, comiendo un manjar calórico -de esos que te dejan hora y pico en el baño-, contándose chistes de gallegos y mirándose a los ojos, de nuevo todo ralentado y con la musiquita grasulienta. Aceite Marolio salpicado. No es por las milanesas.

Despué’ de la intimidá’, a Connor lo empiezan a perseguir (en la embajada quieren que vuelva a Australia porque había bardos más importantes de los que ocuparse por fuera de andar peinándose a la turca) y, de golpe, de ser perseguido por los australianos, llega, teletransportado por incoherencia narrativa, a donde estaban los turcos asesinos pero copados, a quienes les pide irse con ellos. Los turcos aceptan sin dudarlo (después de todo, le hicieron cagar fuego a 2 hijos -uno parece que está vivo, según las visiones del diviner-) y huyen en tren. Ahí, en una escena transcultural interesantísima tipo united-colors-of-benetton, Connor les enseña a jugar criquet con el tren en movimiento. A los turcos les encanta y se da un momento de algarabía y jarana.

Los últimos cuarenta minutos de Camino a Estambul son un sinfín de sinsentidos y desprolijidades.
Hasta que llegan los griegos a invadir; los turcos son tomados prisioneros, a Connor lo dejan (los australianos son aliados de los griegos) y, en otra secuencia con el teletransportador incoherente, vemos que Connor agarra el bate de criquet y se lo parte por la cabeza a varios griegos, liberando al oficial turco más copado.

Lo que viene a partir de ahí, ponele los últimos cuarenta minutos, es un sinfín de sinsentidos y desprolijidades. Sí, porque lo que conté antes es de una progresión finísima.

Bueno. La cosa es que Connor vuelve a imaginarse dónde está su hijo y, en la inmensidat de todo el territorio otomano, en pocas horas, llega al pueblito que vislumbró. Así como le entraba a los sánguches de jamón, Russell se morfa tensión dramática-clima-suspenso como si fuera un chegusán grande de pavita. Cuestión que entra a una iglesia donde encuentra al bepi, que está en estado saparrastroso y hippie, con un aire a Jesús de Laferrere. El ñato, que andaba matando el tiempo pintando una capilla, se acerca al papi, lo abraza como si lo hubiera visto ayer y eso. Mientras el turco mira con cara de nada. Y los planos de la elipsis pegan con moco. Ahí, padre e hijo hablan un toque, Russell te manda un flashback de la escena de la muerte de los otros dos hermanos (escena larga que ya habíamos visto antes, con el agregado de que ahora el hijo le dice que uno de los hermanos estaba mal herido entonces tuvo que meterle un escopetazo en la frente), y Connor le dice que afuera está todo mal con los griegos, que tienen que escapar porque sino dunga dunga y muerte. 11.30: el hijo le dice que no. 11.31: Connor le insiste y el jipi acepta porque el presupuesto no daba para una jornada más de rodaje.

Logran escapar, y lo primero que hace Connor (después de bañar y afeitar al hippie sucio que tiene ahora de hijo) es ir a por su turca. Cuando llega al hotel, la nami está sirviendo café. Él se sienta en una mesa, como cualquier comensal, y ella le hace uno (en una escena anterior ella le dice que los turcos saben todo por la borra del café, como Alesandra, la “diviner” de Sarkis, el restaurant de Palermo, que te lee la borra y te adivina el futuro). Connor lo revuelve y ve que adentro hay una especie de tereso, o sea, una bola de borra apelmasada, y la mira a ella con ojos desconcertados. Pink Flamingos goes to Turkey. Ella le dice: “ya sabía que ibas a volver, los turcos sabemos todo por el café”. Y por los teresos.

Él sonríe y la cámara funde a negro. Debería haberse comido la borra. Divine en vez de diviner. Ese plano, con los dientes llenos de barro, le hubiera subido varios puntos a esta josha”.