Caminando entre tumbas

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Criminales y perversos

Liam Neson es un detective en la Nueva York de 1999, en este filme noir.

A partir de la saga Búsqueda implacable, Liam Neeson se transformó en un héroe de acción. Y todo hacía suponer que en Caminando entre tumbas seguiría por ese rumbo, pero aquí baja un cambio para encarnar a un clásico detective de policial negro, en la línea de Philip Marlowe o Sam Spade (no casualmente mencionados en uno de los diálogos). Es Matt Scudder, un ex policía solitario, escéptico, atormentado por un error que cometió en el pasado y que ahora intenta redimirse. Un personaje que tiene su origen en una serie de novelas escritas desde 1976 a la fecha por el autor de best-sellers Lawrence Block.

Los casos que investiga Scudder tienen como telón de fondo a la ciudad de Nueva York. Caminando entre tumbas transcurre durante 1999, cuando los teléfonos públicos todavía eran más comunes que los celulares y el gran miedo de los estadounidenses era el efecto Y2K (“la gente siempre tiene temores equivocados”, dice uno de los asesinos). Alguien está secuestrando a las mujeres de narcotraficantes, aprovechando que no pueden recurrir a la policía para hacer la denuncia. El problema es que, después de cobrar el rescate, las matan. Y de las formas más horribles.

Scott Frank, el director, tiene más experiencia en Hollywood como guionista -trabajó en Minority Report, entre otras- que como director. Quizá por eso, como si Frank quisiera evitar cualquier paso en falso, la película sigue en exceso los carriles convencionales del género. Tan convencionales que por momentos se hace tediosa. Hay que decirlo: Neeson tiene presencia y carisma, pero carece totalmente de sentido del humor. Lo que la rescata del aburrimiento es la perversión de los criminales. Y un par de personajes secundarios que aportan la dosis de gracia que le falta al protagonista.