Caíto

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

El filme abre directamente con la idea de instalarnos en que lo que vamos a ver, el cumplimiento del anhelo de un hermano con el deseo de su hermano menor discapacitado: hacer una película juntos. Hablamos de Guillermo Pfening, reconocido actor de cine y televisión, quien nos presenta a su hermano de sobrenombre Caito.

Todo un acto de amor, y eso se percibe a cada momento, en cada plano. Para llevar adelante la empresa, aunque no es la primera vez pues hace casi 10 años realizaron un cortometraje sustentada en la misma idea, Guillermo construye una docu-ficción, como para calificarlo con un término que pueda darle un marco de referencia al texto.

El problema es que lo que parece ser un recorrido incierto, con idas y vueltas, termina por presentar un desorden confusional más que un orden aleatorio, heterodoxo de montaje y construcción del relato. Por lo que lleva a la sensación de repetición de imágenes y situaciones que no agregan ninguna nueva información que deje rédito en la prosecución de lo narrado.

Por ende aburre.

Es entonces que tenemos dos variables del relato. Por un lado, la presentación real del hombre, Caito, un joven que sufre de una distrofia muscular que le impidió el normal desarrollo físico, con sus limitaciones a cuestas producto de las dificultades de ese cuerpo puesto como mapa del padecimiento. Por otro, la casi ficción de la vida de un joven en esas condiciones y su cotidianeidad. Es así que nos enfrentamos a Caíto, quien ya cerca de sus 30 años, con la ayuda de sus familiares y amigos, tratará de llevar adelante proyectos, sueños, que él quiere para su vida.

Lo primero que surge es que empieza a obsesionarse con su propia representación en la función de padre, a partir de esta obcecación es que la necesidad se torna imperante. Para ello debería formalizar su relación con “La Suzuki”, para nombrarla de manera delicada, se podría decir, la joven más conocida del pueblo, deseo que le confiesa a su kinesióloga.

Por otro lado, el filme intenta instalar, nunca lo logra de manera eficiente, menos convincente, una subtema presentando a “Anita”, quien con sus 11 años debe soportar la tortura de vivir en el seno de una familia disfuncional y violenta.

Un reflexionado, pensado y armado grupo de personas que incluye a otro ignoto hermano, junto a los amigos del famoso, todos actores profesionales, que están en función sólo para representar la vida de Caito, ya mostrada en las partes que se manifiestan como documental.

La realización por momentos hasta parece pretenciosa desde la construcción heterodoxa, del cruzamiento de géneros, pero el problema principal es que la chispa que dio origen a la misma no se justifica desde ningún otro ángulo, es decir no se universaliza bajo ningún concepto, sólo el individual y único merito que el de ser propulsado por el afecto que Guillermo profesa por su hermano menor, loable pero insustancial, ya que al final del relato casi todo sigue igual. Caito sigue siendo Caito, Guillermo es director de cine.

Posiblemente éste producto pueda hacer las veces de despegue de una vida cercenada por una maldita enfermedad, que bien podría haber anclado a todo el grupo familiar, situación muy común en familias que terminan con sus componentes destruidos girando alrededor del enfermo, pero que aquí queda demostrado, desde una perspectiva lozana de salud mental, pudieron salir adelante.

Por otro lado, cabe la posibilidad que el ciclo se termine aquí, entonces sólo podrá verse como esos quince minutos de fama de la que tanto hablaba Andy Warhol.