Caíto

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Hermanos abrazados

Caíto es difícil de clasificar: todo el tiempo oscila entre el documental y la ficción, con el detalle de que el documental es sobre la ficción. Es decir: aquí el making of forma parte de la película. Como en La película del rey, de Carlos Sorín, con la diferencia de que en este caso el detrás de cámaras es “real”.

Lo que se narra es una conmovedora muestra de amor fraternal: entusiasmado por su experiencia con el corto Caíto -que en 2004 ganó el premio Georges Méliès- el actor Guillermo Pfening (Nacido y criado, Wakolda, muy pronto en Farsantes) ahora quiere filmar su primer largometraje, otra vez con su hermano Caíto como protagonista, en Marcos Juárez (Córdoba), su ciudad natal. Así, se ven las dificultades y desafíos que aparecen en el camino y, también, el resultado obtenido. Con el dato, para nada menor, de que Caíto padece distrofia muscular de Becker: sin plantear la cuestión explícitamente, la película habla también sobre la inclusión de las personas con discapacidad. Y genera incómodas preguntas al respecto, como cuál es el límite entre solidaridad y condescendencia.

Hay momentos más logrados que otros -la ficción es floja-, pero la película tiene algo que atrapa. Puede ser su sinceridad, su imprevisibilidad, su habilidad para no caer en el golpe bajo: la magia está. Como en esa escena en la pileta en la que los actores llegados de Buenos Aires -Romina Ricci, Bárbara Lombardo, Juan Bautista Stagnaro- hacen olas y Caíto flota, libre de impedimentos, feliz.