Caíto

Crítica de Constanza Tagliaferri - EscribiendoCine

Con amor para mi hermano

¿Qué sucede cuando un film desborda los géneros? Catalogarlo como un documental-ficción transmite poco más que una definición forzada en la desesperación por ubicarle un casillero. Esta es la primera impresión al ver Caito (2012), una enrevesada inserción de los géneros en medio de un complejo entramado de historias montadas en línea cronológica: una acerca del sueño de filmar una película propia, otra sobre el incondicional amor de dos hermanos y otra centrada en la vida cotidiana de Caito, un joven del interior que padece distrofia muscular. Queda en claro que el actor Guillermo Pfening, reconocido por su participación en el último éxito de Lucía Puenzo, Wakolda (2013), dirige su ópera prima desde la más auténtica experiencia personal, dedicándose por entero a contar la conmovedora valentía de su hermano protagonista.

Sobre una ruta congestionada maneja Guillermo Pfening, un cartel anuncia el destino del viaje: Marcos Juárez. En esta localidad cordobesa vive su familia; hogar que despidió tiempo atrás para probar suerte como actor en el circuito artístico porteño. Los menudos viajes al interior y los reiterados encuentros familiares impulsaron en Guillermo el deseo de filmar junto a su hermano Caito un cortometraje homónimo en el que trataran el estado familiar, la separación de sus padres, la enfermedad que padece de niño y el incondicional amor fraternal. Pasado un tiempo después de esta grabación del 2004, los hermanos deciden retomar la cámara para filmar un mediometraje ficcional acerca las amistades de Caito y su amor por su novia Zuzuki y su cuatrimotor. Una narración contenida dentro de un documental mayor que hace las veces de registro de los ensayos y los entretelones cotidianos de asados y salidas a bares con amigos y parte del staff.

Existe una cuantía de obras dedicadas a la vida de otras personas basándose en la relevancia social de su accionar, su incidencia fáctica sobre la historia y cuántos más rótulos de distinción pueda existir. Sin héroes y batallas épicas de por medio, Caito es una historia diminuta y encantadora en la que también se comparte el espíritu honorífico de su realizador, para quien el mundo íntimo de su hermano, su enfermedad y su coraje, son razón suficiente para honrarlo. Lo que a primera vista parece reducir el relato a la mera dimensión afectiva y personal del autor, Pfening define el mayor atractivo en una puesta general que coquetea con varias estéticas a la vez, yendo del video casero familiar, la narración clásica al registro documental al estilo backstage.

Acaso lo más valioso del film producido por Pablo Trapero, sea el entrevero de múltiples registros utilizados para dar ingreso a la ficción que, de modo indiscutido, conforma el disparador original de la película: se filma el arribo de los actores amigos Romina Richi, Bárbara Lombardo, Lucas Ferraro, Juan Bautista Stagnaro a Marcos Juárez para participar de la filmación, la charla entre los hermanos sobre lo que planean filmar para luego exhibir lo filmado. En la gesta de un neologismo ajustado para la ocasión, se estaría frente a una experimentación metafílmica, en el autoregistro de los realizadores atravesando el sinuoso camino de la producción, los roces entre actores durante el ensayo, a lo que se sumaría la aparición de un (todavía discutible) nuevo género documental contemporáneo: la grabación hogareña.

De principio a fin, Caito asienta las bases de un film fuera de género que, a lo largo del metraje, no aspira a una complejidad narrativa más que a contar una historia minima y humana sobre la fuerza vital de quien, sumido en un universo de restricciones, sale adelante en la vida.