Cacería implacable

Crítica de Juan Pablo Ferré - CinemaScope

Hollywood noruego

Roger no es un tipo cualquiera. No es el clásico padre de familia, ni el empleado que entrena al equipo infantil del barrio los domingos, ni el muchacho enamoradizo que es capaz de cualquier cosa por el amor de su pretendida. Tampoco es un ex agente de la CIA, como Liam Neeson en la otra película “implacable” de la cartelera. Roger es un empresario exitoso que trabaja en una firma importante y es una pieza fundamental en la estructura de la compañía. Tiene una mujer rubia, esbelta, despampanante, mucho más alta que él y definitivamente más agraciada. Roger no cree ser suficiente hombre para esa mujer, por lo que trata de darle todos los gustos para que no se aleje. La casa de 30 millones, la exposición de cuadros, los aros más caros de la joyería son demasiado para su sueldo a pesar de su buena posición, por lo que tendrá que buscar una alternativa. Entonces, Roger es un ladrón de arte. Su vida oculta, no muy convencional aunque efectiva, marcha sobre ruedas hasta que conoce a un sospechoso sujeto y las cosas se empiezan a complicar.

Cacería implacable es un filme noruego, ya lo hemos dicho, pero tiene todo lo que un thriller hollywoodense podría tener. Si el idioma nos fuera más familiar y en lugar de a Aksel Hennie (Roger) tuvieramos a Tim Roth y a Aaron Eckhart para el papel de Nicolak Coster-Waldau (Clas Greve, el extraño sujeto), nunca nos daríamos cuenta de que se trata de una producción que no fue hecha en el corazón de la industria cinematográfica norteamericana. El filme no tiene la típica narración europea, cuenta con un montaje movedizo, vibrante, poderoso, pero también exhibe los vicios clásicos de las películas estadounidenses: los giros rebuscados, los excesos en el forzamiento del verosímil, los caprichos innecesarios a la hora de resolver los conflictos. De este modo, su guión oscila entre una estupenda primera mitad -la parte de la cacería, en donde se ve a Roger en un lugar para el que no está preparado, sentimos la empatía con un personaje absolutamente desagradable, pero con el cual el espectador se identifica por su miedo, su torpeza, y también su tesón- y una segunda parte que pierde fuerza. Cuando la historia comienza a volcarse hacia su resolución, las vueltas de tuerca se multiplican hasta el hartazgo, los excesos pululan por doquier y el resultado final deja un sabor agridulce. La debacle narrativa es lógica: mientras el verosímil se sostiene durante una primera mitad porque vemos a un tipo inexperto escapar a duras penas de un cazador implacable, termina por romperse cuando el torpe protagonista da un giro de 180 grados para volverse él mismo el implacable cazador.

Con una interesantísima primera mitad, con algunas escenas muy bien logradas y otras directamente memorables (¡menos mal que encontró un tubo de papel higiénico!), Cacería implacable es un filme que cumple con entretener durante sus casi dos horas de metraje, pero que hubiera funcionado mejor si sus guionistas no se hubieran roto tanto la cabeza para hacer encajar piezas en donde no hacía falta.