Cabeza de pescado

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Un mundo infeliz

Drama familiar en un extrañísimo universo onírico o futurista.

Mientras en la realidad muchos quieren imponer el inexistente concepto de familia normal (o natural), July Massaccesi estrena la onírica, inclasificable Cabeza de pescado , su irregular opera prima, acompañada por una las frases más famosas de Anna Karenina: “Las familias felices se parecen entre sí; las infelices lo son cada una a su manera”.

La familia de Cabeza..., como las creadas por Tolstoi, ¿como todas?, es singularmente infeliz (¡a pesar de que su núcleo es un matrimonio heterosexual!). Veamos: un gris, autómata taxidermista (Martín Pavlovsky), con un hijo cada vez más siniestro a causa de una rara enfermedad, una esposa adicta y desquiciada (Ingrid Pelicori), y una suegra terrorífica. Opresión pura. Hasta que el personaje de Pavlovsky se acerca a una mujer casada, esencialmente triste (Laura Nevole), en la que encuentra algo así como pasión y evasión. Por ella, comete actos de amor y deslealtad: comienza a ser un poco menos resignado, bastante más egoísta, un poco más humano.

Pero, si bien la película tiene una trama definida, su atmósfera, sus personajes -duales, solitarios, alienados- y el mundo en el que se mueven -extrañísimo, retrofuturista, ominoso- son ambiguos: de pesadilla.Cabeza...-un filme más propicio para los amantes de la novedad nacional que de la sutileza- tampoco se encuadra en un género: combina ciencia ficción, drama, terror y un melancólico romanticismo. Por momentos, parece querer acercarse a la estética de Lynch, Cronenberg o Maddin, no siempre con buenos resultados.

Fotografiada en blanco y negro, con un verde sólo para el “ green” , la droga que consume la esposa del protagonista, Cabeza...tiene la virtud de experimentar sin aburrir, de crear universos sin explicarlos. En el fondo, tiene algo de La tregua en clave futurista.