Caballo de mar

Crítica de Diego Batlle - La Nación

El 1º de noviembre de 2017 murió, con apenas 59 años, Pablo Cedrón. Felicidades, El aura, Aballay, el hombre sin miedo y El movimiento fueron algunos de sus notables aportes al cine. Con bastante demora se produce el estreno póstumo de este film que lo tiene como protagonista y -aunque está lejos de ser de sus mejores películas- verlo una vez más en pantalla produce una mezcla de fascinación y melancolía.

Y melancólicos son de por sí los climas de Caballo de mar, una combinación entre el film noir con ambientes lúgubres y personajes torturados, el policial (hay un agente que persigue al protagonista porque lo considera cómplice de un robo) y el drama romántico. Cedrón es Rolo, un marinero al que en la primera escena vemos a bordo de un barco. Una vez en tierra para una breve escala (tiene aún por delante un largo viaje), entra en un decadente bar portuario para tomar un vaso de vino. Allí es abordado por Leo (Martín Tchira) y, desde ese momento, comenzará su progresivo descenso a los infiernos.

La obsesión por Dora (Ailín Zaninovich) y la constante manipulación de la que es objeto por parte de Loyola (Alfredo Zenobi) lo convertirán en un alma en pena. Más allá de la prolija fotografía de Fernando Marticorena y de los aportes musicales de Christian Basso, este debut en la ficción de Busquier luce demasiado frío, distante y artificial como para generar algún tipo de empatía e identificación emocional.