Caballo de guerra

Crítica de Luciano Mariconda - A Sala Llena

La luz del cine

No es casual que la película empiece con el nacimiento de un caballo al amanecer. Este se levanta y comienza, de forma lenta y dificultosa, a dar sus primeros pasos. Este hecho ocurre bajo la atenta mirada de Albert, un joven que registra, hipnóticamente, cada movimiento desde su reciente llegada al mundo. Más extraño de lo habitual, Spielberg decide no otorgarle espacio a cualquier influencia humana en su crecimiento. Por esta razón, los momentos transcurren con un carácter casi documental, con una distancia que asombra en un director a veces amante de las emociones en primeros planos. De este modo, y durante los primeros cinco minutos, la cámara se limita a capturar sus libres y salvajes acciones. Esta decisión parece encontrar un motivo a partir de la presentación de la trama en la vida del caballo. Es más que interesante este brusco cambio de registro: la paz reinante en las primeras escenas es interrumpida por la llegada de los conflictos, que serán siempre provocados por las personas. La aparición de una familia, con serios problemas económicos, comprará el animal para que se encargue del arado en su granja. Este es el punto de partida para el recorrido que efectuará Joey (así su nombre, claramente humano) más adelante.

Tras una serie de circunstancias –y sobre los albores de la Primera Guerra Mundial- Joey es quitado de sus dueños y llevado al frente británico. Una vez lejos de su hogar, es el caballo quien se encontrará con diferentes personas, inclusive de diversas nacionalidades y posturas bélicas. Lo que sigue a continuación es su viaje, que podría interpretarse como el mismo que recorre Spielberg con su cámara.

Y si hay un eco a Robert Bresson en Al Azar Baltasar, este se debe a la mirada sobre el mundo a partir del uso de un protagonista animal. Y aunque parezca imposible, los estilos opuestos de ambos directores logran aproximarse. Es notorio que por primera vez, no parezca haber un rumbo claro en Spielberg, siempre tan ligado a las convenciones narrativas. Y como el relato está sujeto a cada encuentro del caballo a lo largo de su travesía, en más de una situación, no se conoce con exactitud cuál será su destino. Esto le permite al realizador trabajar de un modo insólito en su cine, lleno de sutilezas y con una paciencia argumental que, inclusive, funciona mejor que en otras películas. Y si en anteriores trabajos, una de las temáticas usuales era la separación entre los seres cercanos, en Caballo de Guerra –al igual que en Rescatando al Soldado Ryan- se le suma un constante enfoque sobre la unión. En el film, las relaciones se tejen a partir de Joey. La unificación comenzará antes de ser arrastrado a la guerra, cuando el animal logra restaurar -a partir de un hecho sorpresivo y épico- el vínculo perdido entre los miembros de la familia. Su paso seguirá conectando a más hombres hasta llegar al lugar menos pensado cerca del final de la segunda parte de la historia. Y como bien retrata una escena, es la fusión entre el humano y el animal lo que permite la continuidad de la vida, resumida en un simple saludo. Por el contrario, es interesante la cuota de humanismo que aporta Spielberg a sus personajes eliminando cualquier rastro de crueldad. De esta forma, cuando aparecen las injustas muertes, estas son tapadas por las aspas de un molino, suceden por detrás de una explosión de gas que deja la pantalla en blanco, o simplemente, con la imagen de Joey corriendo solitariamente.

El film se encuentra dividido entre las escenas que tienen lugar antes y durante la guerra. Lo que transforma a Spielberg en un gran director, de esos que dicen todo con la totalidad del cuadro cinematográfico, es la forma en que retrata el comienzo del conflicto bélico. Mientras marchan los soldados, aparece en pantalla un simple cartel indicativo que hace referencia al tiempo y lugar en donde se mueven los personajes. Mediante una firma histórica, exacta, los hechos cobran vida en el relato, y más allá de tratarse de una ficción, le otorga un carácter realista. El pueblo, por el contrario, no se encuentra sujeto a ninguna marca espacio-temporal. Esto no sólo se evidencia por la falta de una acotación, sino también por la manera en que cada momento es retratado: es un lugar alejado de cualquier circunstancia que lo involucre en la Historia. Y es ahí, en los pequeños detalles, en donde reside el poder de Spielberg: se vale de un elemento, y lo carga de una significación particular.
Mucho se ha comentado sobre las influencias que impregnan el film. Es notoria la presencia de una atmósfera que remite inmediatamente al cine de John Ford. Esto se observa en el delineamiento de los personajes, sus actitudes, sus poses, hasta su forma de hablar. Se evidencia con sólo observar la forma en que es capturada Emily Watson cuando expresa su miedo a quedarse sin hogar mientras este reposa por detrás, alumbrado por el atardecer. Es una bella escena que recuerda a las protagonistas femeninas clásicas, con un paisaje que tiene un correlato claramente fordiano. A su vez, al igual que el gran director de Más Corazón Que Odio, se vale de los escenarios naturales para crear a su gusto momentos que terminan siendo únicos. Por esta razón, una lluvia aparece repentinamente, casi sin sentido lógico, para dotar de mayor emoción una escena que terminará siendo épica. Como también, la creación de un atardecer irreal que demuestra que, ahora, Spielberg hasta puede manejar los ambientes de sus propias películas.

La carrera de Spielberg está llena de grandes obras, de eso no hay dudas. Pero son estas las que dividieron, con los años, a los espectadores, quienes aman u odian su estilo. Caballo de Guerra puede ser ofensiva para los que estén en contra de las características más frecuentes de su filmografía. Por eso, para algunos, la trama estará siempre atada a una desmesurada exageración; para otros, este será el vehículo para emocionarse. Lo cierto es que el modo de alcanzar lo sentimental es a partir de una proximidad de la puesta en escena que está siempre al límite de lo soportable. Hay una barrera que debe cruzarse para entender el trabajo de un director con esperanza, hecho con demasiado amor en tiempos demasiado irónicos. Es un desafío para el público entender el cuadro completo, y no posarse en la crítica fácil de un puñado de escenas. Son admirables algunos momentos que parecen estar creados sin miedo a caer en ciertos lugares comunes, o en riesgosas preferencias estéticas. Lo que habla claramente de la convicción de un profesional, de una persona que se siente en su plenitud artística, la misma que poseía cuando hacía Tiburón, hace cuarenta años. Pero más allá del homenaje al mencionado clasicismo, lo que se confirma viendo el film es la pasión que siente por el cine. Uno que no discrimina géneros, que forma parte de un todo. Es la misma pasión la que se contagia en todo Caballo de Guerra. Y si sobre el final, un terrible color anaranjado proveniente del atardecer (otro en su carrera, luego de Indiana Jones y la Ultima Cruzada) ilumina a unos personajes, esto debe ser entendido como algo más allá de un recurso exagerado y cercano al kitch. Es la poderosa luz que, para Spielberg, sigue irradiando el cine.