Búsqueda implacable 3

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

El tiempo pasa tan rápido

Sin que nos diéramos cuenta, Liam Neeson dejó de pasear su jeta inconmovible de sujeto eternamente estreñido por dramas confeccionados con mayor o menor suerte –apartemos de ese lote el engañoso primer golpe de fama con La lista de Schindler – para convertirse en protagonista escrupuloso de películas de acción de pleno derecho. La verdad es que de pronto el hombre parece haber nacido solo para esto: cuando hace rato que está listo para hacer de padre de familia perfectamente establecido, reblandecido y aporcinado, su corpachón y su cara agobiada por una tristeza de otro mundo lucen perfectamente compatibles a la hora de encarnar con aplicada verosimilitud a un ex hombre peligroso que no ha perdido las mañas. No es necesario aclarar que parte del curioso encanto de estas películas de familia amenazada que constituyen la seguidilla de Búsqueda implacable reside en que en ellas el personaje de Neeson es precisamente ese esposo y padre dedicado: el pasado puede ser una amenaza perseverante para el presente, pero también una experiencia formadora insoslayable –digamos una didáctica– a la que recurrir para salvar las papas en el momento oportuno. Ex agente, ex peleador de batallas oscuras, ex killer por la gracia del Estado, vaya a saber: lo concreto es que ahora el hombre solo pretende pasar tiempo con su familia sin que le rompan las pelotas. Claro que si las cosas fueran tan fáciles no habría película.

Búsqueda implacable 3, último avatar hasta el momento de este sistema o franquicia que nadie creyó que podría extenderse tanto, empieza una tarde en la que nuestro hombre va de visita a lo de su hija con un oso de peluche enorme y una botella de champagne. Como ocurre en toda serie de películas que emplea a los mismos actores para interpretar a sus personajes a lo largo de un período de varios años, especialmente si hay gente muy joven involucrada, que se transforma visiblemente de una a otra (hay ejemplos célebres), el tiempo constituye un factor que se impone con una carga dramática inevitable. Búsqueda implacable 3 establece el paso del tiempo como motivo inicial de la película. La chica está embarazada, pero el padre que se presenta en el umbral con una media sonrisa colgada en la cara (esa clase de sonrisa que indica en quien la porta que no está seguro de cómo será recibido cuando se abra la puerta) no lo sabe. Esa chica que ya dejó hace rato de ser una niña y ese padre que no las tiene todas consigo, pero que no acaba de rendirse ante la evidencia de que no puede seguir comportándose como si su hija no hubiera traspasado aun el umbral de la adolescencia, configuran el efecto inmediato más perdurable del mapa emocional que la película intenta establecer con su protagonista. Cuando la hija lo convence con toda la delicadeza y el cariño del mundo de que el festejo adelantado por sorpresa de su cumpleaños no es una buena idea, y Neeson se vuelve al auto con el oso y la botella a cuestas, y habla luego con la madre de la chica (su ex mujer, para más datos), y nos damos cuenta de que la sigue amando, no necesitamos más para saber que Búsqueda implacable 3 podría no ser otra cosa que la historia de ese viejo hombre de acción que ahora tampoco tiene del todo una familia.

En el momento en que la violencia por fin estalla, entonces sí, el hombre se encuentra de nuevo en su salsa, siempre con esa expresión neutra (a su modo tierna) del antiguo profesional cuyas habilidades dormidas se despliegan una vez más para conseguir lo único que le importa en la vida: la seguridad de sus seres queridos. El director francés Olivier Megaton no parece, ciertamente, un dechado de virtudes. Su torpeza a la hora de filmar la acción física es manifiesta; los planos demasiado cortos, el montaje fragmentado al extremo, transforman un tiroteo dentro de un kiosco de estación de servicio en un arrebato cubista de ocasión, sin pies ni cabeza, carente de la emoción necesaria. En cambio cuando Megaton filma a los actores como seres humanos, no entregados al diseño febril con el que están concebidas las escenas de violencia, vuelve la fe (y el interés) en el destino de los personajes. En una larga secuencia el antiguo agente es perseguido por un montón de policías desorientados y logra eludirlos, como un Houdini con mirada desarmada, escapando por un conducto cloacal. Hay que ver el movimiento que hace Neeson con los hombros cuando por fin sale a la luz y nadie lo está mirando: avanza tambaleándose, como si anduviera a tientas, golpeado en el cuerpo (es de suponer), pero también en el alma, y como si lo que intentara hacer es sacudirse el dolor de encima. El personaje no es el hombre que sabía demasiado sino el que todavía sabe demasiado poco. El espectador quizá tiemble un poco, a la par de ese hombre y de su circunstancia. Búsqueda implacable 3 se deja ver casi siempre con una atención más o menos esmerada, propia de los thrillers sin director, cuya factura de oficio está asegurada por los rudimentos de la industria que le son propios. Solo la sombra herida de un tipo con la vida destrozada (Neeson, en una performance tan definitivamente recoleta como estremecedora) nos acompaña fuera del cine.