Buscando a Dory

Crítica de Ayelén Turzi - La cuarta pared

Los que rondamos los 30 años de edad y gustamos del cine, tenemos cierta fascinación particular por los productos de Pixar. Porque nos han acompañado a lo largo de nuestras vidas desde la pantalla: hemos crecido juntos, y el principal valuarte de este crecimiento conjunto fue la saga de Toy Story. Si las cintas de Woody y Buzz Lightyear se tratan de crecer, la (ahora) saga de Nemo, que nos llega más de grandes, se trata de aceptar. Aceptar las diferencias, los defectos propios, los ajenos, y a esa aceptación se llega a través de la búsqueda.

Buscando a Dory versa sobre las desventuras de la desmemoriada Dory, que de pronto recuerda que tenía padres y quiere encontrarlos. En una especie de Memento animada en las profundidades del océano, Dory va recogiendo vestigios de sus recuerdos para navegar, acompañada de Marlin y Nemo, a buscar a sus padres. Hasta que se desencuentran y la búsqueda se desdobla: Dory, con todos sus defectos y virtudes a cuesta sigue tras su objetivo, mientras padre e hijo tratan de dar con su paradero.

Es sumamente divertida la inversión de roles desde inicio de la cinta respecto a lo que ya hemos visto sobre estos personajes, con una Dory tomando la iniciativa, y quienes actúan como ayudantes son Marlin y Nemo. Dory supo ser una excelente sidekick en la película original: su falta de memoria a corto plazo mezclada con su entusiasmo y su inventiva funcionaban de maravillas al lado de la determinación de Marlin a la hora de buscar al perdido Nemo. Pero, ¿qué sucede si es ella quien dirige la batuta? ¿Si es ella quien lleva la historia adelante? ¿Qué haría Dory ahora?

La secuela no es una mera repetición de la fórmula precursora simplemente cambiando el eje, sino que introduce riquísimas variantes a nivel argumental. La búsqueda, por ejemplo, no se basa en la separación física, al contrario, están todos más cerca de lo que creen: si en Buscando a Nemo los personajes sabían exactamente adónde ir pero tenían que atravesar una gran distancia, ahora el recorrido se basa en ir juntando indicios para llegar al final del camino. Indicios que, en su mayoría, están perdidos dentro de la cabecita de Dory. Y creo que aquí es donde hace más juego el título de la cinta: Buscando a Dory pasa más por una búsqueda de identidad y de pertenencia de la propia Dory que una búsqueda física de seres separados. Porque si no recuerda su propio pasado, armar el rompecabezas se hace más y más difícil.

La introducción de nuevos personajes y nuevos entornos le da a nuestros viejos amigos una bocanada de aire fresco, gracias a lo cual los vemos haciendo algo realmente diferente. En lo personal, desde el título de la cinta, me daba mucho miedo que sea "igual que buscando a Nemo pero a la que hay que rescatar es a Dory".

Tal como el estudio nos tiene acostumbrados, hay una gran investigación sobre el entorno de los personajes, en este caso las profundidades del océano, caracterizando a cada integrante con rasgos del comportamiento real del animal/molusco/cetáceo/lo que sea. Más allá de la lección moral que puede tener la película sobre luchar contra nuestras propias dificultades, también existe cierta enseñanza académica sobre la naturaleza que (por temática) no hay, por ejemplo, en la grandeza de Toy Story.

El punto flojo es que está orientada a un público completamente infantil. Por supuesto, nosotros que somos adultos y sabemos que Pixar puede hablar otro tipo de lenguaje más profundo, decimos que es un punto flojo claramente desde la envidia, porque nos encantaría tener cinco años a la hora de ver esta secuela.

VEREDICTO: 7.00 - CORRECTAUUUU

Definitivamente la gente de Pixar ha hecho algún tipo de pacto con el diablo. Sin lograr la certeza de la trilogía de Toy Story o la perfección matemática de su predecesora, Buscando a Dory emociona de principio a fin. Salís de la sala sonriendo, con los ojos húmedos, olvidándote que la historia que te contaron es quizás un poco infantil.