Buenos vecinos

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Cuando una idea que años atrás sonaba fresca y dio sus buenos dividendos es repetida hasta el cansancio, los primeros síntomas de agotamiento llegan cuando buscando nuevos recursos disfrazados se mezcla esa misma idea con otras que causaron furor en temporadas pasadas.
Esto es lo primero que uno advierte en "Buenos Vecinos", la nueva película de Nicholas Stoller, uno de los pilares de la llamada Nueva Comedia Americana, o simplemente NCA.
Con gente como Judd Apatow, Greg Motola, Todd Phillips y Stoller a la cabeza, la NCA ponía en el centro de la escena a los eternos adolescentes, gente de más de 30 años, con una vida supuestamente ya establecida que continuaba comportándose en diferentes aventuras como jóvenes adolescentes guarros y zafados; y precisamente eso es lo que extraña el matrimonio protagonista de "Buenos Vecinos".
Mac y Kelly (Seth Rogen y Rose Byrne) son ese matrimonio de suburbio, padres primerizos recientes, que parecen ver su vida truncada ante las nuevas responsabilidades. Ellos quisieran seguir manteniendo un ritmo de vida “joven” y alocado (entiéndase atravesado por el sexo desenfrenado), pero lo que el destino puso delante de ellos, llámese trabajo, rutina, bebé, cansancio físico, se lo impide.
Aquí viene el mix con otro estilo anterior de comedia; en la casa en venta vecina a la de Mac y Kelly llega a instalarse una fraternidad universitaria, comandada por Teddy y Pete (Zac Efron y Dave Franco) con el sólo lema de diversión toda la noche. Sí, es la clásica de película de estudiantina que EE.UU. nunca parece abandonar, desde Animal House hasta American Pie pasando por Porky’s.
Claro, el estilo de vida de Mac y Kelly contrasta con el de la fraternidad, y así se emprenderá una batalla de acción y revancha entre los dos lados, con el condimento de que uno de los bandos añora ser como el otro… y quizás el otro anhela en un futuro llegar a establecerse como este; en fin, el mensaje conservador que siempre se esconde en estos productos detrás de tanto “libertinaje”.
Buenos Vecinos ofrece precisamente eso, un choque entre dos estilos que guardan más en común de lo que aparentan. Mac y Kelly (con ayuda de un matrimonio divorciado amigo) planean todo tipo de estrategias para hacer que los chicos traviesos abandonen la vivienda, y estos chicos cuando se enteran planean su venganza frente al matrimonio, recordando así a otro estilo, el de la guerra de vecinos.
Esto asegura una emisión de gags efectivos que despertarán la gracia del espectador que va a buscar nada más que eso, pasar un rato entretenido sin ningún otro tipo de vuelo. Por supuesto, la marca de la NCA sumada a la estudiantina está bien marcada en el tenor de los chistes, la mayoría de grueso calibre y sin temerle a lo escatológico y a lo supuestamente provocativo desde lo sexual (incluyendo una reiterativa cantidad de erecciones).
El trío protagónico se muestra con oficio (sumémosle a Franco que tiene mucho para ofrecer), y quien más sobresale es Rose Byrne, quizás la única que no parece estar en “piloto automático” y despierta varios momentos de gracia natural.
La bella actriz australiana está necesitando de un protagónico absoluto que le haga pegar el gran salto. El resto, el verdadero dúo de enfrentamiento se ve atado a un guión no muy sólido, con varios agujeros argumentales, y que se sostiene dependiendo de la efectividad o no de sus chistes.
Stoller sin dudas tiene mano para la comedia y la maneja de modo ágil y destellante, casi como si fuera uno de los tantos hip hop que suenan en la película; y utiliza a Seth Rogen ubicándolo en un rol casi de remplazo del que hasta ahora fue su actor fetiche Jason Segel, más acostumbrado y efectivo en ese rol de “nuevo habitante de suburbio”.
Efron intenta despegarse de su rol de galán Disney buscando productos zafados, y se le nota buen feeling para la comedia; pero mientras tenga la necesidad (personal o de guión) de mostrar su torso – o más - desnudo básicamente porque sí, esa tarea parece difícil.
En definitiva, "Buenos Vecinos" cumple su objetivo de ser graciosa y medianamente zafada; aunque denote cierto agotamiento de fórmula, de ver una y otra vez lo mismo por más que sea mezclado con otra fórmula gastada. Como una advertencia, quizás ya sea hora de ir buscando nuevos esquemas antes de caer en esa palabra prohibida y catastrófica, el aburrimiento.