Brooklyn

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Visión del cine

Se estrena Brooklyn, de John Crowley, protagonizada por Saoirse Ronan y ganadora de múltiples reconocimientos, inclusive tres nominaciones al Oscar.
Eilis es una joven irlandesa que abandona a su madre y su hermana en pos de cumplir un sueño y buscar una vida en Estados Unidos. Se establece en un riguroso hogar para señoritas, consigue un trabajo como vendedora y estudia por la noche, mientras tanto conoce el amor a través de un joven plomero, hijo de inmigrantes italianos, pero cuando un hecho repentino la obliga a volver a Irlanda, ahí empieza una relación con otro hombre, heredero de una importante mansión. El personaje debe elegir si construir una vida en su tierra o volver a Brooklyn para vivir el sueño americano.

Basada en una novela Colm Tolbin y adaptada por el prestigioso Nick Hornby, Brooklyn es una pretenciosa obra que vende una historia acerca de la inmigración, pero que no se trata ni más ni menos de un culebrón rosa, ingenuo y conservador. Estados Unidos termina siendo realmente un sueño hecho realidad, la tierra de las oportunidades e Irlanda una sociedad bruta de campesinos o ricos estancieros con hijos depresivos. Ese es el contrasta que se construye y poco pesa narrativamente. La moraleja es que los inmigrantes hicieron Estados Unidos ensuciándose las manos. Bono lo ha expresado mejor.

El director John Crowley se limita a narrar con una puesta transparente, cuidando detalles de reconstrucción de época con un presupuesto limitado y confiando en la potencia interpretativa de Saoirse Ronan para ponerse la película sobre los hombros. Pero eso no es suficiente. Más allá de que el trabajo de la protagonista de Desde mi cielo es interesante por la relación que establece con las típicas heroínas del cine clásico, Crowley arremete con una suma de clisés, estereotipos y lugares comunes prácticamente insoportables. El retrato de la familia italiana no puede ser más superficial y caricaturesco en un contexto narrativo que busca una supuesta seriedad y solemnidad en cada escena.
La emotividad del film es efectista y forzada. Los realizadores acuden a golpes bajos, escenas sentimentales que nada tienen para envidiarle a las cursis historias romanticonas de Nicholas Sparks y planos aburridos de besos bajo la lluvia, así como erotismo televisivo.

Brooklyn peca de una ingenuidad notable, haciendo apología de la moralidad de la década de los ´50 y pretendiendo mostrar una falsa cara del feminismo. Por el contrario, todos los personajes femeninos responden a los estereotipos creados por la sociedad machista, defendiendo los valores que imponía por entonces la iglesia católica.

El humor naif tampoco aporta a romper la monotonía y la previsible decisión sobre el final de la historia, no hacen más que justificar la ingenuidad a la que es sometida la protagonista. Veteranos intérpretes como Julie Walters o Jim Broadbent realizan cameos más cercanos a un cómic relief que a un justificado aporte narrativo. Un poco mejor están Emory Cohen y Domhall Gleeson, los pretendientes de Eilis.

Superficial, monótona e ingenua, Brooklyn es un retrato sobre la inmigración que se toma demasiado en serio una historia de amor absurda y de novela rosa.