Brooklyn

Crítica de Luciano Monteagudo - Página 12

Un retrato de lo irlandés demasiado almibarado

 En las novelas policiales que el escritor irlandés John Banville escribió bajo el seudónimo de Benjamin Black y que tienen como protagonista al patólogo Quirke, la iglesia católica (uno de los pilares de la sociedad de su país) no tiene precisamente las manos limpias. Ya la primera entrega de la serie, El secreto de Christine, ambientada en los años 50, sugiere que detrás de la fuerte corriente inmigratoria de irlandeses hacia los Estados Unidos estaba no sólo la necesidad de lavar los trapos sucios de la feligresía local sino también la de abastecer una red de oscuros intereses en el país de adopción.En Brooklyn, uno de los ocho títulos que este domingo aspira a tres premios Oscar (mejor película, actriz protagónica y guión adaptado), la acción también tiene lugar en los años 50 y también hay una chica inocente que viaja a la tierra prometida por intermediación de la Iglesia, pero allí acaban las coincidencias. Todo lo que en las novelas de Black es negro como el carbón, en esta adaptación de otro celebrado escritor irlandés, Colm Tóibín, es deliberadamente ingenuo, esperanzador y finalmente luminoso.Parece mentira que este relato de iniciación, tan amable como convencional y conformista, haya ocupado un lugar en el podio del Oscar que le fue negado, por ejemplo, a Carol, de Todd Haynes, o a Los ocho más odiados, de Quentin Tarantino. Esa elección, en todo caso, habla a las claras de cuán terriblemente académica está estos días la Academia de Hollywood. Y no sólo la Academia sino también la crítica anglosajona, que de manera mayoritaria celebró a Brooklyn con un entusiasmo digno de mejor causa. ¿Es acaso Brooklyn una mala película? Todo en el film dirigido por el aplicado amanuense John Crowley (realizador de la segunda temporada de True Detective) parece estar en su lugar: la almibarada fotografía, la no menos empalagosa música, los diálogos sentenciosos y explicativos, que se ocupan de ahorrarle trabajo al espectador. “Te puedo comprar un vestido, pero no te puedo comprar el futuro”, le dice su hermana mayor a Eilis Lacey (Saoirse Ronan) cuando la convence de que acepte la propuesta del padre Flood (Jim Broadbent), quien le ofrece techo, trabajo y comida del otro lado del océano.Considerando que el adaptador de la novela original es Nick Hornby (el autor de Alta fidelidad y Un gran chico entre sus propias novelas) podía esperarse un tratamiento más elaborado, pero todo en Brooklyn –el casto romance de Eilis con un plomero italiano, el traumático regreso a su pueblo natal a causa de una desgracia familiar, la difícil decisión de quedarse a cuidar de su madre o volver al nuevo mundo donde empezó a construir una nueva vida– es un dechado de lugares comunes y giros previsibles. Los irlandeses bailan en la parroquia del barrio, los italianos comen spaghetti y Nueva York parece una fiesta, donde no hay conflictos sociales o raciales de ningún tipo y la realidad exterior (la guerra de Corea, la amenaza nuclear, la caza de brujas) está a tal punto escamoteada que la película bien podría transcurrir en cualquier otro momento sin afectar en nada a los personajes. Así da gusto vivir, en Brooklyn o en donde sea.