Brooklyn

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Pequeña y sentida, pero presa de cierto academicismo un tanto trasnochado, BROOKLYN es una película menor y amable que está lejos de ser merecedora de incontables premios y nominaciones, pero no por eso es un filme del todo despreciable. Muy probablemente su nostálgica amabilidad y su tono anticuado (transcurre en unos años ’50 que parecen principios del siglo XX) la han hecho la favorita de ciertos miembros más veteranos de la Academia, seguramente muchos de los mismos que –sin quererlo– terminaron por causar el debate #OscarsSoWhite, sobre la falta de representación de las minorías en las nominaciones.

Es que película más blanca (“vainilla” es un buen término que se usa en inglés para definir filmes como éste) que BROOKLYN probablemente no haya habido en todo el año. Uno podría compararla con otro filme como CAROL, que transcurre en esa misma época y fue marginada en los premios Oscar, para entender en más de un sentido como funciona la Academia de Hollywood y cuáles son las coordenadas estéticas en las que se apoyan buena parte de suss miembros.

BROOKLYN es una historia de inmigración contada cientos de veces en distintas variables o versiones. Lo mejor que ésta tiene es que evita cualquier tipo de crueldad o tremendismo innecesarios y que, gracias a la muy buena actuación de Saoirse Ronan, suma puntos y torna creíbles escenas que de otro modo podrían ser excesivamente banales. El filme de John Crowley basado en la novela de Colm Toibin se centra en Eilis (Ronan), una joven irlandesa de una familia de bajos recursos que decide emigrar a los Estados Unidos y comenzar una nueva vida allí. Con la ayuda de un cura (Jim Broadbent) se hospeda en una “casa de señoritas” regenteada por Ma Kehoe (Julie Walters) donde va aprendiendo, con las otras huéspedes más experimentadas, ciertos hábitos culturales de las que ya están allí hace más tiempo. En especial en lo relacionado a conseguir pareja.

A Eilis le cuesta adaptarse y extraña a los suyos. Pero de a poco empieza a encontrarle el gustito al asunto, trabajando en una tienda de Brooklyn (barrio en el que también vive), estudiando y, especialmente, cuando en una de las salidas con “las chicas” conoce a Tony (Emory Cohen), un muchacho italiano de esos que parecen existir solo en las películas: buen muchacho de familia, plomero, trabajador y “buen mozo”. Mitad Brando, mitad GREASE y con un toque de personaje de EL PADRINO, Tony se enamora de ella, el asunto de a poco se vuelve recíproco, y el encuentro de culturas que marcó a Brooklyn queda sellado. Pese a que al principio italianos e irlandeses parezcan muy diferentes entre sí a ambos los une el amor por su nuevo país y, bueno, la religión.

Sí, así de old fashioned es BROOKLYN. Luego la situación se complicará un poco y entrarán en juego el pasado, otros hombres, ciertas tradiciones y secretos, pero la idea no cambiará: es una película tradicional y tradicionalista, con la familia italiana reunida en la mesa comiendo y hablando en voz alta, con los irlandeses cantando en la Iglesia canciones nostalgiosas del viejo país y así. Con guión de Nick Hornby que, extrañamente en él, no hace casi referencias a la cultura popular más que para mostrar que la pareja va al cine a ver CANTANDO BAJO LA LLUVIA y alguna otra cosa más, a la película la saca del tedio y la rutina la performance de Ronan, que logra emocionarnos donde sabemos que van a tratar de emocionarnos… pero no podemos evitarlo.

Películas como ésta son las que ponen en discusión términos como clasicismo versus academicismo. Y si bien alguno podrá citar a John Ford como referencia a la hora de hablar de su tema, de ciertos aspectos de su puesta en escena y su tono demodé, también es cierto que el uso de esas citas está más ligado a la idea de “patrimonio”, de reiterar patrones tradicionales por su peso simbólico sin profundizar en la búsqueda (estética, sociopolítica, cultural) que esos patrones representan. El clasicismo de BROOKLYN es superficial y eso es lo que la hace poco trascendente. Amable y por momentos emotiva, pero menor.