Broken City

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Detrás de las máscaras

Billy Taggart es un policía irish catholic (como el que ya había interpretado Mark Wahlberg en “Los Infiltrados”) vigilante del Bolton Village, una urbanización habitada mayoritariamente por negros y latinos (el mural en el que se ven a Martin Luther King Jr. y la Madre Teresa es bastante notorio).
Como buen católico, se lleva bien con los hispanos, y estuvo a cargo de perseguir a Mikey Tavárez, acusado de ser el violador de la adolescente portorriqueña Yasenia Barea pero absuelto por esas cosas de los procedimientos. El día en que un enfrentamiento armado terminó con la muerte del delincuente, fue Billy quien compareció ante la Justicia, pero aunque evitó el cargo de asesinato debió retirarse de la policía, con un apretón de manos del alcalde Nicholas Hostetler, quien le promete no olvidarse de él.
Siete años después, Billy es un detective privado con estrecheces económicas, debido a sus muchos acreedores: apenas puede sostener la oficina y su secretaria Katy Bradshaw, encargada de tratar de cobrar a los morosos: una bonita jovenzuela que en el fondo lo mira con otros ojos. Mientras tanto, él comparte sus días con su novia Natalie Barrow, promisoria actriz de ascendencia latina.
Hasta que un buen día recibe una llamada inesperada: el alcalde Hostetler, quien está peleando su reelección contra el concejal Jack Valliant (curiosamente el destino de Bolton Village es parte de los temas de campaña), lo convoca para una tarea muy especial, confidencial y excelentemente remunerada: descubrir en la semana que falta para los comicios quién es el amante de su esposa Cathleen.
Billy acepta la tarea, pero en el camino descubrirá que nada va siendo lo que parece: ni lo que hace la esposa, ni las intenciones del alcalde, ni lo que parece ser el rival, ni lo que se discute en campaña. En el camino correrá la sangre, los perseguidores serán los perseguidos y pasarán muchas cosas más, que no contaremos para no perjudicar al potencial espectador.
Policial negro
Brian Tucker firma el guión, aparentemente el primero en las grandes ligas cinematográficas. Y se luce bastante con él, construyendo una trama de mascaradas y mentiras, que el desarrollo de la historia va pelando como las capas de una cebolla y reservando siempre una sorpresa a la vuelta de la esquina.
Se trata esencialmente de un policial negro clásico, con su detective privado en tensión con la policía (a su vez ex policía, como muchas veces en el género), encargado de vigilar las miserias de la gente pudiente; y también con su mirada desencantada de la política, la justicia y el sistema en general, pero cercano al sufrimiento de la gente humilde, de los inmigrantes, víctimas a la vez de la angurria de los ricos y del delito de los de su misma condición.
En ese contexto, las nociones de justicia y reparación se vuelven difusas, complicadas, en manos de personajes esencialmente humanos, que aman, odian, pecan, pero tratan de todos modos de hacer lo correcto, a pesar de sus limitaciones y errores.
Esa narración no sería posible sin el prolijo trabajo de dirección de Allen Hughes, más conocido por los trabajos que ha hecho en dupla con su hermano Albert. Aquí se encarga de desplegar la historia con el ritmo narrativo justo, dosificando las intensidades para que la trama misma se luzca: para ello juega con los planos más cerrados o más abiertos, con la cámara más o menos movediza, según lo requiera la escena. También se apoya en la fotografía de Ben Seresin para convertir a Nueva York en una ciudad fría, invernal, un tanto desolada, aun en las tomas aéreas que la muestra más inocente que lo que se ve al nivel de la calle (un poco como la Gotham de Batman).
La música de Atticus Ross, Leopold Ross y Claudia Sarne acompaña muy bien el sentido de la película, con sus sonoridades entre clásicas y actuales.
Rostros ocultos
Si los personajes son tan humanos e importantes, los actores son un engranaje clave en el funcionamiento de esta maquinaria. Especialmente, el duelo actoral entre el siempre austero y correcto Wahlberg y el habitualmente convincente Russell Crowe como Hostetler. Si uno es el rostro de la desposesión, el héroe irredento de los de abajo, el otro es el perfecto animal político, el que respira el poder y se alimenta de él.
Catherine Zeta-Jones está cómoda en su personaje de Cathleen Hostetler, una intrigante señora bien que también trata de hacer lo correcto, a su manera. Jeffrey Wright consigue lo suyo como el jefe y luego comisionado de policía Carl Fairbanks, laberíntico personaje detrás de un rostro con mínimas expresiones.
Barry Pepper está correcto como Jack Valliant, un político con buenas intenciones pero con algunas limitaciones y secretos. Y Kyle Chandler se escapa por un rato del cine de espionaje (estuvo en “Argo” y en “La hora más oscura”, no es poco) para construir un breve pero clave personaje: Paul Andrews, jefe de campaña de Valliant, otro de los que guardan secretos y la clave que organizará la pesquisa central.
Y en este juego de opuestos debemos incluir a las dos damiselas que rodean a Billy. Es que si la sugestiva Natalie Martínez (hija de cubanos de Miami) encarna a la atractiva Natalie Barrow, la chica humilde que empieza a oler el éxito y comienza a ver en crisis su relación con alguien a quien la ata un pasado triste y una especie de deuda moral, la bonita israelí Alona Tal le pone el cuerpo a Katy Bradshaw, la secretaria que Billy ve como una niña pero que tal vez sea la mujer mejor plantada que conozca.
Todos ellos son los rostros de una ciudad que gusta de las máscaras, más allá de que algunos puedan a veces cortar los piolines... aunque pagando los costos.