Broken City

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

El poder de la deuda infinita

Uno de los defectos que suelen tener las películas estadounidenses que denuncian la corrupción en su propio país es la solemnidad. Parece que estuvieran inflando el pecho para respirar hondo y lanzar un discurso moralista de tres horas. Broken City también hace foco en la corrupción -en este caso de la alcaidía y la policía de Nueva York-, pero se ahorra varios minutos de prédica progresista y políticamente correcta. El resultado es una narración tensa y a la vez muy clara, tanto en términos dramáticos como en la construcción de la trama.

Y, precisamente, cuando el tema es el conflicto entre poderosos, la trama se vuelve fundamental, porque al ser un cruce de múltiples relaciones, el poder adquiere la forma de una red. Una red sensible como una telaraña, capaz de reaccionar ante la mínima perturbación de cualquiera de sus hilos. La diferencia entre humanos e insectos es la complejidad del ecosistema en el que viven. No mucho más.

El policía Billy Taggart (Mark Wahlberg) experimenta en carne propia esa complejidad cuando se salva de ir a la cárcel -condenado por ejecutar al violador de su cuñada- gracias a la oportuna y nada bienintencionada intervención del alcalde de Nueva York (un magnífico Russell Crowe). Taggart debe abandonar la Policía, pero conserva la libertad y se transforma en detective privado para sobrevivir.

De todos modos, el lazo que se establece entre ambos personajes es una especie de deuda infinita. Son como espejos enfrentados, uno se refleja en el otro, con la salvedad de que Taggart está en poder del alcalde. Siete años después, este vuelve a convocarlo para que descubra si su mujer (Catherine Zeta-Jones) tiene un amante. Lo que aparentemente es un trabajo como cualquier otro se convierte en un campo de tensiones en el que están involucrados el candidato rival del alcalde, el jefe de policía y un inversor interesado en quedarse con un barrio de la ciudad para construir un complejo de edificios.

En esa encrucijada de ambiciones y en medio de una campaña política, Taggart tiene que enfrentarse no sólo a la verdad de quien lo manipula sino también a la verdad de su conciencia. Si bien todo está expresado en términos de pura acción (física o dramática), la película de Allen Hughes puede verse como una concentrada reflexión sobre las tragedias que se desatan cuando se quiebra la ley, ya sea por venganza o por avidez.

Por supuesto, la gran respuesta de la mitología estadounidense a la tragedia es un acto de individualismo extremo, la idea de que es necesario que la conciencia se redima para que el tejido social vuelva a componerse. Y en ese sentido, Broken City no rompe las reglas establecidas.