Breve historia del planeta verde

Crítica de María Bertoni - Espectadores

Santiago Loza filmó Breve historia del planeta verde en Salsipuedes. Aunque –o porque– ningún personaje nombra la localidad de Córdoba, corresponde mencionarla: es otra prueba de que todo cierra en la nueva película del realizador oriundo de esa provincia. Es que este relato de ciencia ficción justo plantea el desafío de escaparle a la (peligrosa) normalidad. En honor a la lucha desigual, cita versos del ¡Avanti! de Pedro Bonifacio Palacios o Almafuerte.

En su largometraje, Loza parece deslizarse por una serie de lugares comunes con la única intención de mostrarnos la salida. De hecho el también autor de Los labios, La Paz, Doce casas, Si je suis perdu, c’est pas grave presenta a tres amigos en principio vulnerables –Tania, Daniela, Pedro– que se revelan solidarios, preclaros, determinados, imbatibles. Le atribuye a la primera integrante del trío, transgénero deseada, incluso codiciada, la capacidad de evitar el destino trágico que las mujeres como ella suelen enfrentar en nuestra Argentina machista y transfóbica.

Asimismo el realizador convoca a Paula Grinszpan para desviarla de la senda humorística y encargarle una Daniela sufrida, melancólica, al borde de la resignación. Además imagina un encuentro cercano del tercer tipo sin recurrir a la parafernalia de Steven Spielberg. Al contrario, esta breve historia gira en torno a un extraterrestre de color violeta que parece sacado de la factoría de Peter Capusotto.

Loza también subvierte la tradición literaria, cinematográfica, televisiva que convierte a los alienígenas en agentes de violencia: o aterrizan con la intención de invadirnos, someternos, aniquilarnos, o sus visitas en son de paz no hacen más que exacerbar nuestra propensión a la xenofobia genocida. A contramano de esos antecedentes, el E.T de este relato transmite lucidez y serenidad incluso a los bravucones de pueblo chico, infierno grande.

Dicho esto, Breve historia… les rinde homenaje a las series y películas que en los años ’70 y ’80 alimentaron nuestras fantasías ufológicas. La música de Diego Vanier, en especial los solos de piano, nos trasportan a ese pasado donde algunos espectadores también encontramos consuelo en la posibilidad de toparnos con alguna criatura del espacio exterior. En esta instancia se vuelven todavía más queribles los personajes que Romina Escobar, Luis Sodá y la mencionada Grinszpan encarnan con sensibilidad en una Salsipuedes a veces sombría, a veces luminosa.