Boyhood - Momentos de una vida

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

La educación sentimental

Aquel que ha visto películas de Richard Linklater puede encontrar dos vertientes en su cine. Por un lado, la más clásica. Ahí están Escuela de Rock (School of Rock, 2003), Los Osos de la Mala Suerte (Bad News Bears, 2005) o Bernie (Bernie, 2011) como ejemplos. Por otro, una más personal, con tintes filosóficos y que fluyen orgánicamente, con gente en sitios que se apoya en una profusa verbalización de sentimientos e ideas. Las experiencias que surgen al conectarnos con el otro. La trilogía de Antes de… (con Julie Delpy y Ethan Hawke), Despertando a la Vida (Waking Life, 2001) o Slacker (Slacker, 1991) son de ese estilo. Boyhood: Momentos de una Vida (Boyhood) se une a éstas últimas, formando otro eslabón en una cadena de diálogo y pensamiento del director.

La historia de Boyhood: Momentos de una Vida tiene como interesante punto de partida el de haberse filmado durante un periodo de doce años. Etapa que permite apreciar el cambio físico de sus personajes, principalmente el de los jóvenes protagonistas, Mason (Ellar Coltrane) y Samantha (Lorelei Linklater). La familia la completan un padre ausente, que entra y sale de la historia, interpretado por Ethan Hawke, y la madre, papel a cargo de Patricia Arquette. El film es el de una familia/hogar errante, y va mutando a medida que emergen personajes. El director elije un picadito de pequeños hitos de la vida cotidiana para exhibir pérdidas y descubrimientos, el tiempo y la distancia. No van a faltar: discusiones con los padres (biológicos y adoptivos), el profesor que desea aleccionar, el primer trabajo, el primer amor, la primera decepción. Todo relatado con un tono que no busca ser significativo ni profundamente filosófico (aunque a veces lo intente y quede en offside).

Boyhood: Momentos de una Vida tiene como interesante punto de partida el de haberse filmado durante un periodo de doce años.
Linklater para apuntar el paso del tiempo (además de los cambios físicos a la vista) va a utilizar el parámetro de la tecnología y la música. Un recurso un tanto obvio pero que acompaña el tono confortable del discurrir de los personajes. La música además de marcar el timing también va a servir para contar otra historia, la del padre ausente (Hawke). Un hombre que pareciera tener siempre algo para decir, a excepción de lo que le sucede interiormente. Para mostrarse frente a sus hijos cuando los lleve a dormir a su casa lo hará a través de una canción. Luego, cuando deba dejarlos en la casa de su madre, sonará en su auto Do You Realize (de The Flaming Lips), canción bellísima que parafrasea un do you realize, that you have the most beatiful face/Te das cuenta, de que tienes el rostro más hermoso. Ahí se trasluce ese amor expresado a cuenta gotas, a pesar de su comportamiento, egoísta en mayor parte. En otro, cuando Hawke lleva a su hijo de campamento suena Hate it Here (de Wilco), una canción que habla sobre la soledad y el vacío, tell me, what am i gonna do? I hate it here, i hate it here, when you´re gonne/ dime, ¿qué voy a hacer? odio, yo odio este lugar, cuando te has ido. Y para cuando llegué el tiempo de que Mason cumpla los 15 años, y el padre ya haya formado otra familia, elije regalarle una selección de The Beatles. Pero no los Beatles en su apogeo. Elije la etapa solista de cada uno, cuando ya la banda fue desmembrada (al igual que su familia), para utilizarlos como metáfora y decir “cuándo escuchas cada uno por separado, termina aburriendo, pero cuando los pones uno al lado de otro, se elevan mutuamente”. El centro de Boyhood, Momento de una Vida es la ausencia, el vacío masculino en el crecimiento de Mason. Por eso van a surgir figuras que van a intentar indicarle caminos, y que justamente, van servir para que él pueda desmarcarse de la mirada del otro.

Las actuaciones son disonantes. Por un lado Ethan Hawke y Patricia Arquette le sacan jugo a sus papeles (sin excederse demasiado), y contrastan con la parquedad del registro de los dos hijos que, a medida que va pasando el tiempo, se vuelven más indiferentes e inexpresivos. ¿Será que el proyecto les resultó interesante al inicio y luego fue agotándolos? ¿Quizás el director tenía la intención de demostrar la apatía adolescente? Puede que un poco de ambas. Este Linklater que se decanta por lo cotidiano, por los pequeños sucesos, se ve obligado a forzar determinadas situaciones (la inclusión de que uno de los padres adoptivos sea alcohólico desentona con el tono de amabilidad de la película) para romper un tono narrativo que por momentos, se vuelve monocorde.

Con Boyhood uno puede posicionarse frente a los acontecimientos presentados como participe, encontrándose dentro de la corriente de naturalismo del relato, pero también puede resultarle lánguida y carente de efectivo interés. Depende de qué lado uno decida ponerse. ¿Es solo una buena idea? Eso quizás depende de cada uno, y de como es interpelado por la historia y los personajes que habitan esta experiencia de crecimiento que presenta Linklater.