Boyhood - Momentos de una vida

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Pregunta retórica sobre la dualidad de las definiciones que buscan explicarlo todo

Los elementos que componen una obra cinematográfica y sus diversos usos a lo largo de los años han logrado, a fuerza de repetición de ideas y guiones, acuñar la frase “está todo inventado”. No obstante hay artistas que pensando fuera de la caja y rompiendo moldes de vez en cuando demuestran todo lo contrario. Richard Linklater es uno de ellos. No necesariamente por los años que le tomó concebir “Boyhood, momentos de una vida”. Si bien es la primera película estrenada con este concepto de planificación, no es la primera vez que se hace. David Carradine estuvo años filmando “Mata Hari”, con él y su hija como protagonistas, hasta su muerte en 2009. Nunca se terminó, pero la idea era contar la vida de la bailarina-espía.

Por otra parte, Richard Linklater mismo abordó la historia de un hombre y una mujer a lo largo de dieciocho años con la trilogía “Antes del amanecer” (1995), “Antes del atardecer” (2004) y “Antes del anochecer” (2013), pero con una sutil diferencia respecto del estreno de esta semana: no había una intención a priori de hacer secuelas. Era más bien algo lúdico el hecho de visitar de vez en cuando a estos personajes para ver en qué andaban.

Mason (Ellar Coltrane) y Samantha (Lorelei Linklater) son hijos de Mamá (Patricia Arquette) y Papá (Ethan Hawke) que están separados. A lo largo de la obra veremos cómo el entorno familiar, en especial el de una madre casi analfabeta y con muy mala puntería para elegir pareja, afecta para bien o para mal la vida de estos chicos. Como el creador del destino de los personajes que es, el guionista va digitando las diferentes circunstancias que atraviesan todos durante una docena de años. A su vez, pequeñas dosis de cambios en los contextos socio-político-económico se presentan como un marco omnipresente en la vida de esta familia rota. Las dificultades serán muchas, las mudanzas también. Hay como un aire a renovación cada vez que las sutiles elipsis temporales dan paso a un nuevo episodio, como si pudiéramos retomar la historia mientras los pensamientos van rumiando las imágenes anteriores.

Llegará un momento en el cual la sensibilidad sale a flor de piel desde la butaca. Es la clara capacidad del espectador para empatizar con los personajes, pero además es por el irrefutable hecho de haber sido testigos presenciales del crecimiento real e imaginado de todos los que pasan frente a cámara. Esa, precisamente, es la clave de “Boyhood, momentos de una vida”. No el uso del tiempo, sino el paso del mismo.

Andrei Tarkovski renegaba a veces del montaje. Consideraba que ya el hecho de cortar una toma implicaba un recorte de la realidad. Para él, el espectador tiene una versión parcial, muy parcial de la realidad retratada en el cine pues lo sucedido en toma ya era pasado, luego, los planos deben llenarse de tiempo en lugar de acortarlos con el montaje. Análogamente, Linklater utiliza un concepto emparentado, pero con el elemento del envejecimiento del actor como muestra cabal del paso del tiempo. Es decir, para el autor de “Stalker” (1979) el montaje es a la realidad lo que para Linklater son los trucos de maquillaje al envejecimiento, o mejor dicho a la maduración, porque es la vida desde el punto de vista de Mason desde su niñez en adelante lo que el realizador intenta (y logra) retratar.

Los años vividos pesan en los personajes de “Boyhood…” porque pesan en las personas que los interpretan quienes, sin embargo, deben salir al set con la mente puesta en la evolución de sus roles, logrando así un hecho artístico único en la historia: Ponerse en la piel de un personaje a lo largo de 12 años, entregándole el cuerpo y lo que sea que el tiempo haya hecho con él. Por ejemplo, Ethan Hawke pasó por más de 15 personajes entre mayo de 2002 y agosto de 2013, período en el cual se filmó la película, pero cada año debía volver a la cabeza del papá, entender la transición y retomarlo desde el punto siguiente.

Hacia el final, el director suma un poroto más cuando durante unos segundos logra cerrar un ciclo generacional. Un eslabón sumado a otros tantos anteriores en la vida del ser humano transformando su película en una gigantesca pregunta retórica sobre la dualidad de las definiciones que se buscan para explicarlo todo. ¿Cuál es el sentido de todo esto? si la historia se repite, ¿sentido tiene vivirla? Si vivimos el momento, o si el momento nos vive a nosotros, serán sólo algunas de las múltiples cuestiones a resolver. Mientras tanto, “Boyhood, momentos de una vida” desborda ingenio, creatividad y buen cine.