Boxing Club

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Un mundo entre golpes y sueños

Originalmente, Víctor Cruz tenía la idea de contar la historia del Tata Carlos Baldomir, un boxeador santafecino sin demasiado brillo que sin embargo llegó a ser campeón del mundo en 2006 y perdió el título de la categoría welter ese mismo año frente a Floyd Mayweather Jr. "Quería contar la historia de un boxeador que tuvo su oportunidad y la aprovechó", explicó oportunamente el director, que en 2002 dirigió el documental La noche de las cámaras despiertas , basado en un ensayo de Beatriz Sarlo, y en 2010 filmó su primera ficción, El perseguidor . Cruz abandonó la iniciativa original, pero el caso de Baldomir lo ayudó delinear una película que cuenta el mundo de los trabajadores del boxeo, esos deportistas sin demasiada exposición ni recursos que día a día se ponen a prueba en el gimnasio, su centro de operaciones. La mayor parte de Boxing Club transcurre en el gimnasio El Ferroviario, que el gremio La Fraternidad tiene en el subsuelo de la estación Constitución. Allí, el experimentado entrenador Alberto Santoro dirige técnicamente a Jeremías Ezequiel Castillo, El Profeta, "un boxeador con condiciones y futuro, pero no muy amigo del gimnasio", según el relator Walter Nelson. Cruz observa y registra la actividad de El Ferroviario, interviene poco, pero capta pequeños momentos que sintetizan la vida y el espíritu del lugar: una charla sobre los códigos de honor de la saga El padrino que desemboca en la conducta de Diego Maradona o conversaciones más triviales que también sirven para que el espectador ingrese a un universo con sus propias reglas. Incluso en ese sentido la película parece reflejar aquella primera inspiración en la historia de Baldomir, aquel que con muy poco llegó lejos. Boxing Club es una película de ambiciones moderadas, pero pega con claridad y justeza.