Boxeo Constitución

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Piñas van, piñas vienen

Un gimnasio subterráneo en Constitución, eje de este interesante documental. Va sólo en el Arte Cinema.

El gimnasio subterráneo del andén 4 de la estación de trenes de Constitución es un secreto para muchos de los que transitan el Ferrocarril Roca. Pero no para los amantes del boxeo. El realizador austríaco Jakob Weingartner, quien dirigió los cortos Obras y obreros y Murga en Lugones , se metió de lleno en un mundo de sudor, golpes, ilusiones y fracasos donde la lucha diaria no sólo está en el ring, sino en la vida misma.

Boxeo Constitución sigue el camino de los debutantes Federico Rodríguez y El colo. Este último quería ser una estrella, tocar la guitarra y después se le dio por el boxeo, mientras trabaja en una carnicería. “No tengo la violencia que debe tener un boxeador, es un deporte”, dice. Los muchachos anhelan la fama, el reconocimiento y respeto, una inocente inercia que choca con la cruda realidad del debut sobre el cuadrilátero.

Con sus limitaciones, desconfianza (“tu entrenador te ve el signo de pesos, nadie te quiere, no tenés amigos”) y el apoyo familiar, Fede y El colo se abren camino en el espinoso universo pugilístico. Las rutinas de trabajo en esta locación sombría son seguidas con un gran detalle mientras los sonidos cumbieros de El Remolón le meten frescura y ritmo a un relato que a veces exagera el dramatismo. El predio inundado, problemas de electricidad, típicas discusiones alumno-entrenador y exigencias varias -bajar de peso o lograr volumen corporal a fuerza de gimnasio- son momentos que llenan de vallas a un documental correcto. Y gusta decorarse con paisajes tormentosos, con una mirada intimista que roza lo bizarro como los innecesarios planos detalle de dientes recién extraídos en un consultorio odontológico.

Todo, para mostrar la otra cara de un mundo a los golpes.